Cuando aprendáis a aceptar en lugar de esperar, tendréis menos decepciones.
(Robert Fisher en El caballero de la armadura oxidada)
Cuando aprendáis a aceptar en lugar de esperar, tendréis menos decepciones.
(Robert Fisher en El caballero de la armadura oxidada)
¡Qué compromiso! Hay días en que se siente uno capaz de las mayores audacias, y nada le parece imposible.
Y es que yo soy así; hay dos palabras que me sublevan, me encienden la sangre y me obligan a sentirme capaz de todo: la palabra difícil y la palabra imposible. Basta que alguien diga de alguna cosa delante de mí: es difícil, es imposible, para que yo conteste al punto: No hay nada difícil, no hay nada imposible; yo hago eso; yo lo hago; se discute, se cruzan apuestas... yo me veo obligado a sostenerlas... y ya estoy metido en un lío... Y el de ahora es flojo.
Figúrense ustedes que alguien me dijo ayer: Tú que tienes tantas simpatías en el público, bastante autoridad y mucho desparpajo, o sea desahogo; vamos a ver, ¿a que no te atreves a presentarte al público y contarle un cuento... un cuento inmoral, uno de esos cuentos capaces, según frase consagrada, de ruborizar a un guardia civil. ¡Yo no sé qué motivo puede haber para que la Guardia Civil sea más refractaria al rubor que cualquier otro Instituto armado; el caso es que la Guardia Civil y los Carabineros comparten este privilegio. Pero no divaguemos. ¿Un cuento inmoral? ¡Imposible!, exclamaron varios; ya dije antes que la palabra imposible tiene el privilegio de encenderme la sangre. No hay nada imposible. Y quedo comprometido a contar el cuento. ¡Y qué cuento! Se eligió por sufragio en un café de camareras; las camareras tomaron parte en la votación y su voto decidió del resultado... ¡Valiente cuento! Las pobres chicas sólo le conocían por el título, y el título les engañó. (No es el primer título que las engaña.) Es un título tan inocente... parece de un cuento de niños... pero, sí, bueno está el cuentecito... Ya me lo dirán ustedes; sólo de recordarlo se me sube el pavo... Pero no hay nada imposible. Difícil, sí; a pesar mío debo confesar que hay algo difícil, y este es uno de los casos difíciles. Ya sé que ustedes creen seguramente que yo no me atrevo a contar el cuentecito; por eso están ustedes tan tranquilos y tan sentados, sin disponerse a despejar el teatro, no sin antes llamarme algo... Pero, ustedes no me conocen. Ustedes no saben de qué modo la palabra imposible excita mis nervios; todo el azahar del mundo no bastaría a calmarlos, como todo el azahar del mundo no bastaría a dar a mi cuento un aspecto inocente. Advierto que empiezan ustedes a ponerse serios; empiezan ustedes a temer que yo sea capaz de todo. Tranquilícense ustedes; yo contaré el cuento, no lo duden ustedes; pero mi apuesta no sólo consiste en contarlo, sino en que ustedes lo escuchen; porque, claro está que contarlo en el vacío no tendría dificultad ninguna, y ya dije que la palabra difícil me exaspera tanto como la palabra imposible.
Para que ustedes me escuchen, debo contar el cuento de cierta manera... Eso es lo difícil; pero no imposible. Advierto que ya están ustedes tranquilos; pensarán ustedes que, al fin y al cabo, el cuento no tendrá nada de particular... ¡Ah! El cuento es tremendo; capaz de ruborizar (me horripilan las frases consagradas) capaz de ruborizar a un acomodador del Salón de Actualidades. ¿Cómo contarlo sin que, al oírlo, las señoras no se levanten como un solo hombre y los caballeros, por galantería, no se crean en el caso de acompañarlas... y yo me quede solo, solo ante los acomodadores, que no serán tampoco tan ajenos al rubor como los del susodicho Salón, avezados al tango con todos sus pormenores? Pues bien; contaré el cuento, y lo contaré de tal manera que de ustedes exclusivamente dependa su inmoralidad. Si observan ustedes la actitud conveniente, si saben ustedes protestar en el momento oportuno, la inmoralidad habrá desaparecido como por encanto y cualquier novela de la Biblioteca Rosa será un cuento de Boccaccio comparada con mi cuento... Y va de cuento.
Este era un matrimonio, compuesto, como la mayor parte de los matrimonios, de una mujer, un marido y un... (ya se adelantan ustedes con malicia. ¿No les advertí a ustedes que de ustedes depende todo?). De una mujer, un marido y un niño de pocos meses, de muy pocos... Como en todos los matrimonios, la mujer no quería nada al marido... ¿Encuentran ustedes demasiado categórica mi afirmación? Pues bien; yo la sostengo y me ratifico. No hay matrimonio en que la mujer quiera al marido... ¿Se escandalizan ustedes? ¿Necesitan ustedes una prueba?... En este momento estoy seguro de que me escuchan infinidad de señoras casadas... Si hay una, una sola, que quiera a su marido, yo le ruego que se levante y que lo diga en voz muy alta: «Yo quiero a mi marido.» (Pausa.) ¿Lo ven ustedes? ¡Ni una sola! Ya dije a ustedes que de su actitud dependía la inmoralidad de mi cuento. ¿Puede darse nada más inmoral que entre una porción de señoras casadas no encontrar ni una sola que quiera a su marido? Gané mi apuesta. Y ahora soy yo el que se retira escandalizado.
Ven. Salgamos fuera. La noche. Queda espacio arriba, más arriba, mucho más que las luces que iluminan a ráfagas tus ojos agrandados. Queda también silencio entre nosotros, silencio y este beso igual que un largo túnel.
Con los actos sucede absolutamente lo mismo que con las pasiones: pueden pecar por exceso o por defecto, o encontrar un justo medio. Ahora bien, la virtud se manifiesta en las pasiones y en los actos; y para las pasiones y los actos el exceso en más es una falta; el exceso en menos es igualmente reprensible; el medio únicamente es digno de alabanza, porque el sólo está en la exacta y debida medida; y estas dos condiciones constituyen el privilegio de la virtud. Y así, la virtud es una especie de medio, puesto que el medio es el fin que ella busca sin cesar.
( Aristóteles en" Moral a Nicomáco" )
Si el hombre pudiera decir lo que ama
Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo,
dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.
Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.
Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.
Dame la mano
Dame la mano y danzaremos;
dame la mano y me amarás.
Como una sola flor seremos,
como una flor, y nada más...
El mismo verso cantaremos,
al mismo paso bailarás.
Como una espiga ondularemos,
como una espiga, y nada más.
Te llamas Rosa y yo Esperanza;
pero tu nombre olvidarás,
porque seremos una danza
en la colina y nada más...
La vasija
Una vez un profesor de filosofía apareció en su clase con una gran vasija de cristal y un balde lleno de piedras redondas del tamaño de una naranja.
¿Cuántas piedras podrían entrar en la vasija?– preguntó. Y mientras lo decía, demostrando que la pregunta era sólo retórica, empezó a colocarlas de a una, ordenándolas en el fondo y luego por capas hasta arriba.
Cuando la última piedra colocada sobrepasaba el borde de la vasija el maestro dijo:
¿Estamos seguros de que no entra ninguna más? –todos los alumnos asintieron con la cabeza o contestaron afirmativamente.
—Error –dijo el docente y sacando otro balde de debajo del escritorio empezó a echar piedras de canto rodado dentro de la vasija. Las piedrecillas se escabulleron entre las otras ocupando los espacios entre ellas.
Los alumnos aplaudieron la genialidad de su docente.
Y cuando hubo terminado de llenar el recipiente, dejo el balde y volvió a preguntar:
¿Está claro que ahora sí está lleno? –ahora sí contestaron los alumnos satisfechos…pero el maestro sacó de abajo del escritorio otro balde.
Este venía lleno de una fina arena blanca. Con la ayuda de una gran cuchara, el profesor fue echando arena entre las piedras ocupando con ella los intersticios entre ellas.
—Ahora sí podemos decir que está lleno de piedras –dijo el profesor.
¿Pero cual es la enseñanza? –preguntó a los alumnos.
Un murmullo invadió la sala. Se hablaba de la necesidad de orden, de acomodar las cosas, de astucia e ingenios, de no confiar en las apariencias y de tantas otras cosas muy simbólicas.
—Todo eso es verdad –intervino el creativo docente, pero hay un aprendizaje más importante.
Es importante hacer primero lo primero. No se trata de apurarse a poner las cosas en su lugar ansiosa y descuidadamente. Si yo no me hubiera ocupado de poner primero en su lugar a las piedras grandes, después de la arena las piedras no hubieran tenido espacio.
Un libro no es sólo lo que hay en él, también lo que a uno se le ocurre mientras lo lee. Por eso hay libros ostensiblemente ligeros o triviales que, sin embargo, pueden dejarnos una huella más honda que otros de mayor densidad intelectual o literaria.
Toda ciencia viene del dolor. El dolor busca siempre la causa de las cosas, mientras que el bienestar se inclina a estar quieto y a no volver la mirada atrás.
( Stefan Zweig )
Dolor
Quisiera esta tarde divina de octubre
pasear por la orilla lejana del mar;
que la arena de oro, y las aguas verdes,
y los cielos puros me vieran pasar.
Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,
como una romana, para concordar
con las grandes olas, y las rocas muertas
y las anchas playas que ciñen el mar.
Con el paso lento, y los ojos fríos
y la boca muda, dejarme llevar;
ver cómo se rompen las olas azules
contra los granitos y no parpadear;
ver cómo las aves rapaces se comen
los peces pequeños y no despertar;
pensar que pudieran las frágiles barcas
hundirse en las aguas y no suspirar;
ver que se adelanta, la garganta al aire,
el hombre más bello, no desear amar...
Perder la mirada, distraídamente,
perderla y que nunca la vuelva a encontrar:
y, figura erguida, entre cielo y playa,
sentirme el olvido perenne del mar.
( Alfonsina Storni )
Tiempo
El beso que no te di
se me ha vuelto estrella dentro...
¡Quién lo pudiera tornar
—y en tu boca...—otra vez beso!
Quién pudiera como el río
ser fugitivo y eterno:
Partir, llegar, pasar siempre
y ser siempre el río fresco...
Es tarde para la rosa.
Es pronto para el invierno.
Mi hora no está en el reloj...
¡Me quedé fuera del tiempo!...
Tarde, pronto, ayer perdido...
mañana inlogrado, incierto
hoy... ¡Medidas que no pueden
fijar, sujetar un beso!...
Un kilómetro de luz,
un gramo de pensamiento...
(De noche el reloj que late
es el corazón del tiempo...)
Voy a medirme el amor
con una cinta de acero:
Una punta en la montaña
La otra... ¡clávala en el viento!
Mirando el paisaje con el Bentayga al fondo, una lágrima pugna por llegar a la tierra quemada y ayudar a reverdecer esta tierra mía.
El que aquí cuenta lo que vio y le ocurrió no es aquel que lo vio y al que le ocurrió”.
“...y lo que me hace levantarme por las mañanas sigue siendo la espera de lo que está por llegar y no se anuncia, es la espera de lo inesperado, y no ceso de fantasear con lo que ha de venir”.
La ideología es importante porque empuja a buscar el sentido, pero está equivocada y no se lo da. La búsqueda del sentido es muy fuerte, y éste es el aspecto positivo. La ideología es, sin embargo, el barco que se hunde. Pero el viaje sigue siendo verdadero. Es como viajar por el mar en busca del sentido de la vida y de la historia, en un barco que no puede llegar.
Revolución: un cuento de Slawomir Mrozek
En mi habitación la cama estaba aquí, el armario allá y en medio la mesa.
Hasta que esto me aburrió. Puse entonces la cama allá y el armario aquí.
Durante un tiempo me sentí animado por la novedad. Pero el aburrimiento acabó por volver.
Llegué a la conclusión de que el origen del aburrimiento era la mesa, o mejor dicho, su situación central e inmutable.
Trasladé la mesa allá y la cama en medio. El resultado fue inconformista.
La novedad volvió a animarme, y mientras duró me conformé con la incomodidad inconformista que había causado. Pues sucedió que no podía dormir con la cara vuelta a la pared, lo que siempre había sido mi posición preferida.
Pero al cabo de cierto tiempo la novedad dejó de ser tal y no quedo más que la incomodidad. Así que puse la cama aquí y el armario en medio.
Esta vez el cambio fue radical. Ya que un armario en medio de una habitación es más que inconformista. Es vanguardista.
Pero al cabo de cierto tiempo… Ah, si no fuera por ese «cierto tiempo». Para ser breve, el armario en medio también dejó de parecerme algo nuevo y extraordinario.
Era necesario llevar a cabo una ruptura, tomar una decisión terminante. Si dentro de unos límites determinados no es posible ningún cambio verdadero, entonces hay que traspasar dichos límites. Cuando el inconformismo no es suficiente, cuando la vanguardia es ineficaz, hay que hacer una revolución.
Decidí dormir en el armario. Cualquiera que haya intentado dormir en un armario, de pie, sabrá que semejante incomodidad no permite dormir en absoluto, por no hablar de la hinchazón de pies y de los dolores de columna.
Sí, esa era la decisión correcta. Un éxito, una victoria total. Ya que esta vez «cierto tiempo» también se mostró impotente. Al cabo de cierto tiempo, pues, no sólo no llegué a acostumbrarme al cambio—es decir, el cambio seguía siendo un cambio—, sino que, al contrario, cada vez era más consciente de ese cambio, pues el dolor aumentaba a medida que pasaba el tiempo.
De modo que todo habría ido perfectamente a no ser por mi capacidad de resistencia física, que resultó tener sus límites. Una noche no aguanté más. Salí del armario y me metí en la cama.
Dormí tres días y tres noches de un tirón. Después puse el armario junto a la pared y la mesa en medio, porque el armario en medio me molestaba.
Ahora la cama está de nuevo aquí, el armario allá y la mesa en medio. Y cuando me consume el aburrimiento, recuerdo los tiempos en que fui revolucionario.
El silencio la devolvía de la oscuridad cada cierto tiempo y trás un paréntesis de luz la volvía a cubrir con su manto
#microrelato
“Soy libre”, me digo. Cierro los ojos y, durante unos instantes, pienso que soy libre. Pero no acabo de entender qué significa. En estos momentos, lo único que tengo claro es que estoy solo. Solo en una tierra desconocida. Como un explorador solitario que hubiese perdido la brújula y el mapa. ¿Consistirá en esto la libertad? Ni siquiera lo sé."
Haruki Murakami en “Kafka en la orilla”
Vió aquella luz a lo lejos y quedó prendado, le sonrió alargando la mano para acariciarla pero su gesto era inútil. La esperanza era más fuerte y cada noche estiraba su mano hacia la luna. #microrelato
Tenía la esperanza de que, si nuestras miradas seguían unidas durante unos cuantos segundos, ella sabría leer mi expresión como yo había sabido leer la suya. Luego el momento pasó, y ella volvió a su lejanía. Nunca podré saberlo con certeza, pero creo que me entendió.
( Kazuo Ishiguro, en "Nunca me abandones" )
Premio Nobel de Literatura 2017
La montaña
El niño empezó a trepar por el corpachón de su padre, que estaba amodorrado en la butaca, en medio de la gran siesta, en medio del gran patio.
Al sentirlo, el padre, sin abrir los ojos y sotorriéndose, se puso todo duro para ofrecer al juego del hijo una solidez de montaña.
Y el niño lo fue escalando: se apoyaba en las estribaciones de las piernas, en el talud del pecho, en los brazos, en los hombros, inmóviles como rocas.
Cuando llegó a la cima nevada de la cabeza, el niño no vio a nadie.
-¡Papá, papá! -llamó a punto de llorar.
Un viento frío soplaba allá en lo alto, y el niño, hundido en la nieve, quería caminar y no podía.
-¡Papá, papá!
El niño se echó a llorar, solo sobre el desolado pico de la montaña.
(Enrique Anderson Imbert)
El contínuo pitido del móvil deja gente fuera de cobertura o comunicando, provocando soledades que interactúan.
Todos lo que realmente necesitas saber por el momento es que el universo es mucho mas complicado de lo que puedas pensar, aún si partes de la posición de pensar que es realmente muy complicado.
Cada día su mirada le devolvía la sonrisa congelada de una foto en silencio.
#microrelato