Cuando por la mañana salga el sol, recordaré que: tropezaré con algún inoportuno, con alguien ingrato, con algún insolente, un mentiroso, un envidioso, un egoísta.
Todos estos vicios les sobrevinieron por ignorancia de lo que es bueno y lo que es malo. Pero yo, habiendo observado que la naturaleza del bien es lo bello, y que la del mal es lo mezquino y, que la condición misma del que comete un error es tal que no deja de ser de los míos, compartiendo el potencial de la razón y siendo una parte divina del todo en el orden natural y que además, nada de lo que haga puede afectarme, porque nadie puede mancharme con su bajeza.
Entonces, tampoco podría enojarme contra mi prójimo ni aborrecerle, porque hemos nacido para trabajar en conjunto; como lo hacen los pies, las manos, los párpados, y las dos filas de dientes— la inferior y la superior.
Actuar, pues, como adversarios los unos con los otros es ir en contra del orden natural. Y, ¿no son acaso el enojo y el rechazo una forma de mezquindad?.