martes, 28 de enero de 2025

Cuento: el ciervo escondido

Había una vez un leñador de Cheng que encontró un ciervo en un campo, al cual mató y posteriormente enterró con hojas y ramas para evitar que otros descubrieran la pieza. Pero al poco tiempo, el leñador se olvidó del lugar donde había ocultado el animal y llegó a creer que en realidad todo el asunto había sido un sueño. Poco después empezaría a contar su supuesto sueño, a lo que uno de los que lo escuchó reaccionó intentando buscar el ciervo. Tras encontrarlo,se lo llevó a su casa y le comentó a su mujer la situación, la cual le indicó que tal vez sería él quien había soñado la conversación con el leñador, pese a que al haber encontrado el animal el sueño sería real. A esto, su esposo contestó que independientemente de si el sueño fuera suyo o del leñador, no había necesidad de saberlo. Pero esa misma noche el leñador que cazó al animal soñó (este vez de verdad) con el lugar donde había escondido el cadáver y con la persona que lo había encontrado. Por la mañana fue a casa del descubridor del cuerpo del animal, tras lo que ambos hombres discutieron respecto a quién pertenecía la pieza. Esta discusión se intentaría zanjar con la ayuda de un juez, el cual repuso que por un lado el leñador había matado a un ciervo en lo que creía un sueño y posteriormente consideró que su segundo sueño era una verdad, mientras que el otro encontró dicho ciervo aunque su esposa consideraba que era él quien soñó haberlo encontrado en base a la historia del primero. La conclusión era que realmente nadie había matado al animal, y se dictó que el caso se resolviera mediante la repartición del animal entre los dos hombres. Posteriormente, esta historia llegaría al rey de Cheng, quien terminaría por preguntarse si realmente no sería el juez quien había soñado haber repartido al ciervo.

martes, 7 de enero de 2025

Poesia: Rudyard Kipling


Propósitos de año nuevo

He decidido que durante todo el año
aparcaré mis vicios en el estante.
Seguiré un camino más piadoso y sobrio
y amaré a mis vecinos como a mí mismo,
excepto los dos o tres de siempre
a los que detesto tanto como ellos me odian.
He decidido que jugar a los naipes es malo,
sobre todo con cartas como las que me suelen tocar.
Puede desplumar una cuenta bancaria sana,
así que renuncio a estos placeres terrenales
excepto -y aquí no veo pecado alguno-cuando otros reclamen ‘mi presencia’.
He decidido que votos como estos, aunque
formulados con ligereza, son difíciles de mantener.
Por tanto los acometeré poco a poco,
no sea que mis recaídas acaben por hundirme.
Un voto al año me sacará del paso
y comenzaré con el Número Dos.