Escuchaba en la radio
la canción “Pan y mantequilla” del grupo canario Efecto Pasillo cuando me vino
a la mente esas meriendas de la infancia con esos dos elementos básicos de la
gastronomía infantil de la época. Era la
comida por excelencia para la tarde, al menos para mí y los amigos de mi
entorno. Todos recordarán el famoso anuncio televisivo de Tulipán.
Luego vendrían lujos
para el tentempié de media tarde como el bollycao como precursor de la extensa
bollería industrial actual, la mortadela con aceituna que ampliaba los
horizontes del sabor o experimentos como el relleno de leche condensada
mediante un agujero practicado en uno de los bordes del pan.
El pan y mantequilla
quedó atrás en las nuevas generaciones que veían como el abanico de
posibilidades se iba ampliando en unas merendolas de
escándalo que aunque fueras creciendo seguías haciendo pero con mejores
viandas. La mantequilla era algo pobre para condimentar un pan que pedía
mejores exquisiteces.
Ahora que la crisis
ha golpeado de lleno muchos hogares y que la apertura de los comedores
escolares en verano es una necesidad, pese a la miopía de nuestros gobernantes,
el pan y mantequilla de aquellos años se antoja, si no un lujo, una merienda
digna para muchos niños cuyas familias atraviesan momentos complicados.
El estado del bienestar
puede fallar en muchos de los derechos adquiridos a lo largo de mucho tiempo y
podremos debatir sobre ello pero, en ningún caso, los recortes al mismo pueden
afectar a algo primordial como es la alimentación básica de los ciudadanos. Es
una simple cuestión de supervivencia porque el estómago no entiende de
ideologías.
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