Las piedras suenan a un ritmo constante en su arrastre
por las olas en decadencia de un mar de fondo y una marea que baja su nivel a
estas horas. Es verano y, sin embargo, el silencio es dueño de esta playa
escondida de las finas arenas blancas y los turistas propios de la época. No
llega a una docena las personas que puedo divisar desde el lugar en que
descansa mi toalla.
Los
recuerdos y las ilusiones también, como las piedras, tienen su propio ritmo
acompasando su compás al son del oleaje. El agua tiene un efecto hipnotizante
cuando la mirada se fija en su vaivén.
Ante el
descanso en la rutina del año…los veranos son proclives a los largos silencios
llenos de palabras mudas, a la cadencia de los recuerdos y a las ilusiones del
otoño. Todo un cóctel de luces y sombras que hay que combinar adecuadamente, de
forma que el resultado final sea apetecible.
La marea
baja despacio, escurriéndose el agua en finos riachuelos por las piedras lisas
por la erosión y las dudas e incertidumbres resbalan con ella abriendo nuevos
horizontes en un verano atípico. En breve, retornará el agua subiendo su nivel
hasta alcanzar la plenitud con el vaivén transparente que dejará las
blancas estelas de espuma en la orilla al romper delicadamente contras las
lajas de la orilla dejando dormitar en sus recovecos las esperanzas y las
ilusiones del otoño que viene.