Allí estaba él, moviendo los pies y manos para no hundirse en
la profundidad del océano que inmenso se extendía sobre lo que su vista podía
vislumbrar. No sabía a ciencia cierta cómo había llegado hasta ese recóndito
lugar, cómo había naufragado ahondando su historial marinero. No sabía cuánto
tiempo había pasado en aquella circunstancia, su noción del tiempo y el espacio
se acercaban a cero. Se sentía un naufrago en transición: toda una metáfora de
su vida.
Recordaba entonces aquel escrito que debía dormitar en algún
cajón perdido de su casa y que creía poder recitar casi con detalle:
“Eres un naufrago en
transición cuando naufragas de lo que era tu barco hasta ese instante y estás
en esas circunstancias de decepción del poco aguante de ese navío que has
construido tras largos años, cuando te das cuenta del verdadero conocimiento de
los marineros y marineras que iban contigo, cuando recuerdas los momentos de
soledad vividos en alta mar, cuando sientes el viento y la tempestad que te
azotaron en muchos momentos, las calmas espesas que no movían la embarcación o
los buenos instantes a bordo.
Te caes al agua. Un
golpe de mar te empuja hasta el fondo y cuando vuelves a la superficie oteas el
horizonte para ver como se aleja ese barco el que te enrolaste hace tantos años
y miras a tu alrededor para ver sólo agua, una inmensidad de agua que todo lo
abarca y te das cuenta que eres un naufrago que te apoyas en dos vidas
paralelas del pasado y el presente, en la proyección de los recuerdos de las
personas que quieres en la distancia presente y lejana.
Te sientes naufrago
pero sin la soledad que se le presupone, sin la angustia que deberías tener,
sin la sensación de pérdida, sin el sentimiento de rechazo a la vida…sabes que
un velero viene a tu encuentro, sabes que estás en un proceso de transición
hacia otro embarque, otro navío que te llevará a puerto seguro; un barco más
pequeño, con menos tropa, pero más ágil en la mar, más dócil en su manejo, más
sensible a los cambios de tiempo, más operativo en las tormentas…sabes a
ciencia cierta que ese velero siempre estuvo a la vera esperando el momento en
que yo subiera a proa.
Lo veo en el horizonte
que se acerca, siempre estuvo ahí, para acompañarme en la transición hacia
otras tierras más al sur, más cálidas y serenas, más acogedoras y fraternales
donde pueda descansar sin temor al naufragio porque sabe en su interior que
siempre será una circunstancia pasajera en tránsito”.
Y hete aquí que volvía a estar como ese naufrago en
transición del relato, sin velero a su encuentro en el horizonte temprano y con
la soledad de la noche que se acerca como única compañera. Tan sólo le mantiene
a flote la esperanza de encontrar una isla en el desierto de agua, un remanso
de tierra donde descansar porque quizás la mar no estaba hecha para un hombre
de tierra.
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