Todos oímos pero no siempre
escuchamos. Todos oyen pero no siempre escuchan. Oír no es lo mismo que
escuchar. Oímos cuando el sonido llega de forma fehaciente a través de nuestro
oído y escuchamos cuando el contenido y mensaje de ese sonido es comprendido
por nuestro cerebro. En este último caso, tras la escucha y recepción mental
del mensaje interviene el libre albedrío y, en consecuencia, podemos optar por
diversificar nuestra respuesta en relación al mismo.
Oír, escuchar, actuar. Una
trilogía con múltiples variables. Oír sin escuchar y menos actuar. Oír,
escuchar pero no actuar en consecuencia... Es un clásico de la política que oye
al pueblo a través de la opinión de la calle y de los medios de comunicación y
no escucha directamente o bien escucha pero no actúa en consecuencia
respondiendo al mensaje enviado. Nos pasa igualmente en las relaciones
personales donde los verbos interactúan pero la gente no se entiende como en un
diálogo de sordos donde la estructura clásica de emisor y receptor no funciona
porque los esquemas mentales de la comunicación no van acorde con la estructura
fisiológica de ésta a través del sentido del oído.
Si alguien nos habla, oímos pero
no siempre nuestro interlocutor es merecedor de nuestra escucha activa - ahora
que las tecnologías están en boga mención especial a los móviles y su uso en
medio de una conversación - por parte nuestra lo que implica que el mensaje no
es totalmente transparente y que el oyente es consciente de nuestra falta de
atención por lo que posteriormente tanto nuestra actuación como la percepción
de la misma no tenderá a estándares de eficacia y eficiencia respecto a un resultado
final.
Quizás si oímos, escuchamos lo
oído y actuamos en consecuencia nos iría mejor en todos los órdenes de la vida.
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