De este modo, yo creo en la Universidad como en una institución tan ancha y tan profunda, tan soberana de las tres dimensiones, que suelo no aceptar como tales a las universidades empequeñecidas que gobiernan no más de cuatro parcelas de la cultura nacional, cultivando, por ejemplo, las ciencias sin la industria, o éstas sin las artes.
La Universidad, para mí, carga a cuestas el negocio espiritual entero de una raza. Ella constituye respecto de un país algo parecido a lo que los egipcios llamaban el doble del cuerpo humano, es decir, un cuerpo etéreo que contiene las facciones y los miembros completos del cuerpo material.
La Universidad, para mí, sería el doble moral de un territorio, y tendría una influencia directora sobre la agricultura y las minas hasta sobre la escuela nocturna de adultos, incluyendo en su marco de atribución escuelas de bellas artes y de música.
Suceso alguno espiritual acontecería en el territorio que no lo asistiera ella con su gran presencia. Obra literaria maestra, invento industrial, sistema económico de investigación histórica alguna aparecería en el país sin que ella se diese cuenta y tomase posesión de esas excelencias. Una sensibilidad de sismógrafo, un ojo sin pestañeo, de búho mitológico, haría de ella la pulsadora más delicada de la entraña nacional y la espectadora más conmovida del acontecimiento intelectual. Madre se llamaría entonces, y con razón, a la Universidad, porque, cual más, cual menos, todos habríamos vivido un tiempo sentados en su matriz de hacer y de cubrir.
Y las ciencias, promovidas y celadas por la Universidad, ¿no se apelmazarían y se vuelven pesadas a la larga, sin tener el contacto, siquiera tardío, de las artes ágiles y excitadoras? Y las artes, ¿no se banalizarían de brincar siempre y se afiebrarán de no mirar nunca la cara de las ciencias de pestañas fijas que piensan y hacen pensar?
Unidad fortalecedora, sea la frase de nuestra empresa de cultura que es la Universidad. Nada grave viviendo su grandeza puertas afuera de la Universidad. Ninguna actividad con marcas espirituales echadas de este regazo, labrado por el espíritu. Nada sea nacional viviendo desgajado y hambreado por su caída de tronco que se ha asignado el destino de sostener y alimentar.
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