A mitad del primer mes de este año
2019 ya se adivina el porvenir de los meses siguientes y más cuándo las
elecciones, al menos algunas, asoman en el horizonte. La sociedad en general y
la clase política en particular han convertido los radicalismos en lo cotidiano.
No hay grises, sólo antónimos:
derecha-izquierda, hombre-mujer, bien-mal, constitucionalista-independentista,
progre-facha y así podríamos seguir hasta aburrirnos porque también el lenguaje
se ha radicalizado con los opuestos enfrentados como herramienta al servicio de
las ideas además de pervertirlo para darle nuevos significados a palabras que
anteriormente pasaban más desapercibidas.
No se escapan los medios de
comunicación a esta revolución de la democracia y haciendo honor a ese
papel honorífico del cuarto poder no escatima esfuerzos en manipular en función
de los intereses económicos e ideológicos de sus propietarios porque eso de la
información neutral no se lo cree nadie a estas alturas donde el beneficio
económico y el marketing de las ideas impera en las ondas, los hertzios y el
papel de imprenta.
El debate y el diálogo en política
- como en la vida misma- es no sólo necesario sino obligatorio como
característica intrínseca de una democracia plena pero dejando la teoría a un
lado hemos de reconocer que en la práctica este enaltecimiento de los
radicalismos no hace posible cualquier mínima confrontación de ideas y nos
encontramos con una sucesión de voces y altas como definición de tertulias
televisivas o radiofónicas cada vez más empobrecidas y devaluadas y un
hemiciclo parlamentario, cuna del debate por excelencia, donde el sentido de
estado, la responsabilidad con los ciudadanos y el voto representativo quedan
aparcados a los pies de los leones para dejar paso al circo romano donde la
espada y el escudo se han mutado en la palabra brusca, el insulto y la falta de
respeto institucional.
No todos son iguales, a los
partidos me refiero; ni todos los políticos tampoco, pero el problema es que
nadie está libre de culpa si bien unos y otros difieren en cuanto al contenido
de sus huchas de errores. Son estos hombres y mujeres dedicados a la política y
su oficio de servir al pueblo los que con sus acciones y omisiones han logrado
la desafección de una mayoría ciudadana que no tiene voto definido en el tiempo
o bien simplemente prefiere ver la urna por la tele en las noticias.
Los grandes temas del Estado tienen
un papel importante en el voto autonómico y municipal, si bien en el marco
estatal las macrocifras, la macroeconomía y los temas europeos esconden
aquellos temas cotidianos de los habitantes de los pueblos de España cuyos
horizontes y pensamientos son más cercanos y no siempre son respondidos con
eficacia y eficiencia por los dirigentes municipales.
Cuesta ser optimista en esta legislatura
de desencuentros. Cuesta aceptar la afrenta a la democracia. Cuesta aceptar que
esto sea la política. Gobierno y Oposición deberían estar en el rincón de
pensar y quizás habría que poner el carnet por puntos para los que se sientan
en los sillones de la responsabilidad.
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