Navidad
Era la noche de Navidad y en el fondo de la inclusa los niños cantaban villancicos desesperadamente ante el nacimiento que habían improvisado las monjas. Eran las doce, y una monja comenzó a encender las velas rojas, rosas, azules y amarillas con esa lenta prosopopeya con que se encienden las arañas de las iglesias.
En la sala del torno, la monja encargada de esperar, llena de nostalgia
veía los nacimientos que vio en su infancia, y tenía los ojos llenos de
pequeñas lucecitas. En eso sonó el timbre anunciador de que alguien
había abandonado un niño en el torno. Ella volvió
el torno y vio aparecer un recién nacido iluminado por un halo que
brotaba de él como el que brota de la luciérnaga. No se atrevió a
tocarlo y corrió en busca de la superiora como si fuese a avisarle un
incendio.
Volvió con ella y se quedaron igualmente deslumbradas. ¿Quién era aquel
hijo del amor que así resplandecía? Algo hacía sospechar la solemnidad
de la noche y de la hora, pero por si aquel era un pensamiento sacrílego
y todo aquello era obra de Satanás, rechazaron
la sospecha. Se avisó al obispo, y entre todos decidieron ocultar al
resplandeciente para evitar el cisma.
Ramón González de la Serna
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