Sólo hay silencio en los balcones a las 20 horas porque se acabaron los aplausos. Se suponen que era sinónimo de solidaridad con los que luchaban contra la pandemia, especialmente el personal sanitario. La pandemia sigue su curso y en medio de un proceso esperanzador de vacunación y la trifulca política de rigor los altibajos de las cifras de contagio, de hospitalizados en UCI y de incidencia son constantes mientras nos hemos acostumbrado a las muertes diarias por la Covid-19 como parte del paisaje del noticiario diario.
Me pregunto cuántas de aquellas personas que aplaudían a rabiar en los balcones, encerrados en sus burbujas de confinamiento, ahora que tienen libertad para salir de ese encierro se han olvidado del espíritu de ese gesto para saltarse las normas mínimas sanitarias y para celebrar la libertad a merced de poner en peligro al resto.
La hipocresía del aplauso ronda en mi cabeza como idea no tan descabellada. No sé si el aplauso de las ocho era realmente un sentimiento sincero de confraternización o la válvula de escape colectiva a un confinamiento donde salir al balcón o a la ventana para aplaudir era uno de los pocos actos sociales compartidos. La duda acecha a tenor de las noticias que vemos cada día de los que incumplen las normas y me temo que sin castigo alguno en comparativa con la ciudadanía solidaria y responsable que quiero pensar que todavía somos mayoría.
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