Un anciano granjero de un pueblo de China tenía que hacer una larga caminata para llevar agua del arroyo hasta su granja.
Para ello usaba un tronco en su cuello con dos recipientes grandes en sus extremos. Sin embargo, uno de estos tenía una grieta por la que se perdía un poco de agua.
Todos los días el anciano debía hacer varias caminatas de media hora para buscar agua. El recipiente con la grieta, a pesar de llenarlo por completo en el río, llegaba solo con la mitad del agua. Por supuesto, el intacto lo hacía sin perder una sola gota.
Así transcurrió la vida del granjero durante dos años, yendo y viniendo varias veces al día con sus recipientes. Un día, al inclinarse para recoger agua en el arroyo, notó que el recipiente agrietado estaba triste.
Con una preocupación genuina interrogó los motivos, a lo cual este respondió:
“Estoy muy avergonzado contigo.
Desde hace dos años mi grieta impide cumplir mi función. Te hago trabajar más por menos, así que ya no soy eficiente. Deberías reemplazarme por un recipiente que no filtre agua”.
El granjero calló, recogió agua e inició el camino de regreso.
A la mitad del trayecto el anciano respondió: “¿Notas todos estos árboles frutales y flores que crecen a tu lado? Bueno, están ahí gracias a ti.
Planté semillas al percatarme de tu grieta y durante dos años has sido tú quien ha hecho que crezcan”. A partir de ese día el recipiente recuperó su confianza y cumplió su labor con solemnidad.
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