martes, 1 de noviembre de 2011

Día de difuntos


Hoy es uno de noviembre y el calendario marca el Día de Difuntos. Los cementerios se llenan de personas que honran a sus muertos y las floristerías hacen su particular agosto . Nunca me ha gustado hacer las visitas en estas fechas donde el gentío dista mucho del recogimiento que prefiero en mis encuentros con los seres que ya no están entre nosotros, especialmente mi madre. Han pasado bastantes años de su pérdida, aunque todavía los recuerdos están a flor de piel, pero el dolor de la ausencia se ha mimetizado con mi vida, está integrado dentro de mí para pasar del dolor al acompañamiento. Algunos años después de su muerte escribí el relato que sigue y que ahora transcribo en su memoria.
El silencio de las flores
No sé cuánto tiempo hacía que estaba allí. De pié, ante la foto de mi madre, hilvanando recuerdos que se perdían en los años que habían quedado atrás, en el pasado que nunca dejó de existir en mi mente. Durante mucho tiempo acudí  con la esperanza ilusoria e infantil de una muestra de cercanía. Sólo me limitaba a quedarme estático, mirando aquellos ojos que parecía hablarme desde el marco dorado y frío que reposaba detrás del cristal, adornando una lápida que me resultaba una muralla entre dos mundos y dejando que las lágrimas se pelearan por sortear mis ojos en busca de luz. No podía calcular el tiempo que podía permanecer allí de pié, sin hacer nada, sin sentir nada, sin pensar nada; simplemente escuchar el silencio de las flores que huele a belleza muerta que te inunda lentamente las fosas nasales.
Todavía ahora y sólo pensando en esos momentos es como si empezara a sentir la ascensión de esa esencia que embriaga, del pasado y sus recuerdos que se me cuelan sin permiso: el silencio de las flores que retumba en mi cerebro con el roce de sus pétalos, el martilleo pausado del dolor que aprisiona y que apreta mi garganta como si unas manos invisibles se aferraran en torno a mi cuello, pero también es un silencio que anhelas en la lejanía, que echas de menos cuando te falta.
Sólo en el silencio de las flores pueden surgir los sentimientos, las sensaciones, la tragedia de la vida y la muerte abrazada a un mismo instante, la palabra muda que se abre paso.
Sé que estás ahí, aquí, no sé a qué vera, pero junto a mí. Te siento como una prolongación de ese retrato que me mira de soslayo y que, cual gioconda, me sonrí e suave y enigmática. Recuerdos, únicamente recuerdos es lo que queda de ti. Ya no existe la casa, el contexto, las circunstancias…pero tu herencia inmaterial permanece y como el ave fenix resurge de las cenizas periódicamente para hacerme partícipe del ayer y del hoy, para anticiparme al futuro. Caminas a mi lado sin inmiscuirte en mis asuntos, entendiendo lo que nadie entiende, comprendiendo lo que nadie comprende, perdonando hasta el infinito mis errores mortales.
Me pregunto si tú también puedes llorar como yo la impotencia de la realidad palpable, si puedes poner una duda por centro de tu universo en un corto espacio de tiempo que se hace eterno, si puedes sentir que el corazón te duele cuando el amor brota de sus entrañas, si puedes descubrir el arco iris trás la lluvia que todo lo inunda…¡ demasiadas cuestiones que nunca podrás contestar!. Ni siquiera sabré si puedes oir el silencio de las flores que tan nítidamente yo puedo escuchar, si acaso puedes olerlo en plenitud; en cualquier caso, es nuestro silencio mientras dura nuestro encuentro y las flores son testigos marchitos de nuestro diálogo callado. Y eso me basta.

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