Sábado, 3 de diciembre. A las puertas de unos días de asueto discontínuo que nos mete de lleno en la Navidad. Ya se respira el aire a fiesta, los centros de trabajo ya empiezan a preparar sus cenas llenas de tópicos, los rollos de papel de regalo empiezan a blandir en las manos de los peatones como espadas láser, los villanciscos invaden los centros comerciales que lucen su mejor estética navideña y hasta con motivo de la crisis hay quienes ya compran las viandas de nochebuena y nochevieja.
Yo mismo ando enredado en la compra de regalos mirando de reojo el extracto de la cuenta corriente y es que es fácil dejarse llevar por ese viento que busca borrar los atisbos de una crisis que quiere quedarse durante un largo tiempo y desde luego no participo de ese miedo que se está apoderando como una hiedra por todos los rincones de nuestra sociedad. Si sucumbimos al temor al futuro entonces ya habremos perdido de antemano.
Debemos ser cautos, claro que sí, pero desde la realidad diaria, exigiendo cuando hay que exigir y aceptando cuando hay que aceptar, pero siempre desde la propia coherencia con nuestra situación personal. No podemos ni debemos cambiar en demasía nuestro mundo vital, el que hemos tenido hasta ahora, más allá de lo indispensable a tenor de las circunstancias que tengamos.
Me niego a ser yo quien tenga que cambiar mis hábitos a cuenta de una crisis que yo no he provocado. Serán otros quienes tengan que dar un paso adelante, por ejemplo, nuestros gobernantes. Sería, y empleo el condicional a conciencia, un buen ejemplo que nuestros políticos renunciaran a su paga extra por este año, al seguro privado que no todos tenemos, a las pensiones vitalicias, a los dobletes en los cargos, a los viajes en business, a los coches oficiales, a las subidas de sueldo encubiertas, a las tarjetas oro…perdón, ya me estaba perdiendo un poco en los buenos deseos propios de estas fechas, así que volviendo a la realidad felices prenavidades.
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