Hoy he estado en la manifestación contra la reforma laboral del Gobierno y me ha parecido que la asistencia ha sido menor que las últimas movilizaciones celebradas en Gran Canaria en fechas recientes y con el mismo motivo. Una vez convocada la Huelga General para el 29 de marzo tengo mis dudas en cuanto a su éxito porque una respuesta ciudadana masiva a las movilizaciones en fin de semana o por la tarde no es significativa respecto al éxito de una huelga general y la historia reciente es coherente con esta idea. La última huelga general que se le hizo a Zapatero no tuvo el eco esperado, si bien es verdad que los socialistas se quedaron en casa por no llevar la contraria a su jefe de filas lo que restó un buen puñado de gente amén de la apatía general por los asuntos políticos. Ahora que la izquierda ha descubierto de nuevo la calle desde la oposición –porque es sabido que la derecha sólo se manifiesta con los eslóganes de la Iglesia- y que la unidad sindical, aunque ficticia, funciona ante un enemigo común quizás tengamos más suerte.
Tengamos en cuenta que los trabajadores y trabajadoras de este país, en el contexto mediático de miedo generalizado en que nos han sumido, ponen más que nunca en la balanza la decisión de acudir voluntariamente, que esa es otra, a la movilización general efectuada por las organizaciones sindicales y más en el marco de la empresa privada con todos los parabienes que tiene la clase empresarial para decidir sobre las relaciones laborales. Las Administraciones Públicas, a la luz de las últimas movilizaciones, no ofrecen cifras de seguimiento masivo pese a ser las que primero sufren los recortes salariales.
Dice Rajoy que nada va a cambiar después del 29 de marzo y se equivoca. Está en juego el papel de los sindicatos que debe ofrecer una respuesta contundente de apoyo de sus afiliados y simpatizantes, además de toda la ciudadanía, pues los recortes y cambios producidos con la reforma laboral, al igual que el tabaco, muestra afectados directos y pasivos. Está en juego el estado del bienestar tal y como lo conocíamos hasta ahora y no digo yo que en un nuevo contexto económico no haya que hacer reformas, eso sí desde el diálogo y el consenso pero no desde el decreto. Si se logra ese esperado éxito, sin abuso de los piquetes informativos con los que nunca he estado de acuerdo, entonces se sentarán las bases que permita un sentido objetivo a las organizaciones sindicales; caso contrario, éstas deberán revisar su papel en el entramado nuevo que se abre en el horizonte. Por su parte, Rajoy ya ha perdido cuando ha defraudado a las personas que le prestaron su confianza; los que votamos en contra no esperábamos nada y nada hemos recibido. La pena es que deben pasar cuatro años para poder cambiar de opinión democráticamente.
La gran perdedora de todas estas historias es la política en sí, que si nunca estuvo bien vista a la luz de presuntos casos de corrupción que aparecen de un lado y otro de las corrientes ideológicas, ahora más que nunca ve revisado su papel por la ciudadanía harta de ser la que siempre sufre los recortes necesarios mientras la clase política sigue con prebendas que no son entendibles ni antes y menos ahora. Son necesarias muchas reformas para adaptarnos a tiempos duros pero para que ello se dé con cierta armonía hace falta la utopía del acuerdo entre los grandes partidos en materias básicas y el diálogo sincero de los que están en la política para que dé como fruto un gran acuerdo nacional donde todos y todas arrimemos el hombro, en función de nuestras circunstancias y atendiendo a nuestra parcela de responsabilidad…pero la simple lectura de la prensa diaria nos ofrece una realidad muy diferente.
El 29 de marzo yo iré a la huelga general al igual que espero que vaya muchas personas en desacuerdo con los intentos no tan fallidos de romper la cohesión social y el estado del bienestar que tanto nos ha costado tener. Todos y todas estamos inmersos en el problema, de forma activa o pasiva nos afecta la situación por lo que debemos ponernos en la barrera para decir “No pasarán”.
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