Miraba al mar en la
buscada soledad de un amanecer de primavera recorriendo con el dedo al frente
la línea del horizonte que marcaba el inicio de un nuevo día. Siempre fue rehén
de sus propios silencios y ahora también adoptaba, a su
pesar, los silencios ajenos.
Sólo
se escuchaba el pequeño rugir de la marea alta contra las piedras de la orilla
en una cantinela que agrandaba todavía más la ausencia de voces y sonidos…y su
corazón que palpitaba con más ritmo del que debería en esas circunstancias
pero, en ocasiones, los recuerdos actúan como la espita de un mecanismo que se
pone en marcha sin remedio…
Decía
Bécquer que “la soledad es el imperio de la conciencia” y no le faltaba razón
por cuanto sólo en ese estado podemos situarnos frente al conocimiento que
tenemos de nosotros mismos y de nuestro entorno. A veces, nos da miedo ese duelo y llenamos
nuestro tiempo con ruido que enmascare el poderoso sonido del silencio.
Seguía
allí…buscando recuerdos entre su silencio o intentando silenciar sus recuerdos.
No estaba seguro de la opción que estaba eligiendo. Sólo miraba a lo lejos, a
un punto perdido entre las olas que se cruzan como si quisiera esbozar la
silueta de un nuevo sueño…quizás otro día.
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