Acaba la semana santa con el
síndrome no tan santo del lío mental de unir el final de unos días de asueto donde el sol se
mezcla con el uso de la tarjeta con los preludios primaverales de Hacienda a la
vuelta de la esquina….y hablando de síndromes veía el pasado fin de de semana
la película “el síndrome de Jerusalén”
que trata de tal enfermedad donde el que está viviendo o de turista en la
ciudad bíblica exterioriza de forma delirante una psicosis que le hace
identificarse con alguno de los personajes de la Biblia.
Son muchas las enfermedades
psíquicas en forma de síndromes que existen pero algunas destacan por su
originalidad como los síndromes de
Stendhal ( o de Florencia) y de París. El primero de ellos producido por el
estrés que conlleva la reacción ante la belleza artística concentrada en un
mismo lugar como es el caso de la ciudad florentina. Sin embargo, en el síndrome de París es casi lo contrario
pues resulta del desfase entre la realidad que se encuentra el viajero y las
expectativas previas motivadas en gran parte por el cine y que curiosamente se
da frecuentemente en el turista nipón.
Aunque, quizás por la
cercanía de una nueva cita electoral, el que más me llama la atención es el síndrome Hubris que, si bien no tiene
una constancia médica como los anteriores según he leído, si que ha sido
documentado por un antiguo ministro británico, David Owen, en 2008 y cuya
característica básica sería el exceso de confianza en sí mismo no llegando a
reconocer los errores propios y aislándose en la cobertura de su propio poder
con el único acompañamiento de gente mediocre que no haga peligrar su estatus
de superioridad.
He estado
en Florencia y en París y no he sentido ni de cerca los rigores de estas
dolencias a pesar de las excelencias artísticas de Florencia que haga que los
ojos permanezcan alerta ante su belleza casi infinita o que Paris encierra un
romanticismo que quizás los japoneses no entiendan porque la gran pantalla les
ha vendido más de lo que habían comprado. En el caso del síndrome del político
sería ilógico que no me vinieran a la mente una hilera de nombres en el binomio
espacio – tiempo.
Sólo otro
síndrome podría explicar los resultados electorales que a veces no
comprendemos, especialmente cuando recibimos de esa clase política recortes,
impuestos y desilusiones: el síndrome de
Estocolmo.
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