A ratos pienso si a mí Proust me ha hecho mucho daño. Con él he aprendido a sufrir. He aprendido, así como quien aprende una lección. He aprendido a degustar la intensidad de la pena hasta sus más recónditos pliegues y a dudar de la intensidad de mis goces. Cualquier alegría me desbarata, me desintegra, y cualquier pena me amarra, me hace fuerte, me consolida. Eso no está bien. Porque si esa consolidación significara serenidad, disminución del dolor, pase, pero al contrario, significa profundidad, intensidad, amplitud. Está siempre en aquello que constituye la médula proustiana: "No tiene lo vivido la realidad de lo soñado".
(Sergio Ramírez, Premio Cervantes 2017)
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