Al tener varias citas médicas en estos días he podido volver
a redescubrir el ecosistema de las salas de espera: esas locas y kafkianas
luchas por ver quién tiene la enfermedad más grave o rara, esas preguntas
repetitivas sobre cuál es tu número en la cola aunque llamen por el nombre, esa
persona que se te sienta al lado con ganas de hablar sin entender los sutiles
mensajes que le lanzas no queriendo entablar una conversación banal, los
móviles que pese al lugar de silencio funcionan a todo tren entre estridentes
melodías y conversaciones de alto tono para que todos nos enteremos de sus
vidas, los gritos de los niños que corretean por los pasillos como en una
parque infantil con la complicidad de sus progenitores que parecen ajenos a las
molestias y así un etcétera que podría ser más largo. Y entre esa marabunta de
circunstancias existen algunas personas que están enfermas y necesitan de un
ambiente relajado propio del lugar.
Mención aparte merece las salas de espera de los dentistas donde el miedo propio de esta especialidad mantiene a la gente concentrada con miradas perdidas o en la pantalla del móvil.
Reconozco que es un lugar que entretiene, si el objetivo de la consulta te lo permite, y vas como observador como si estuvieras en un observatorio de aves, sólo que aquí lo que observas y analizas son especímenes humanos que es más complejo, o no, vaya usted a saber.
Mención aparte merece las salas de espera de los dentistas donde el miedo propio de esta especialidad mantiene a la gente concentrada con miradas perdidas o en la pantalla del móvil.
Reconozco que es un lugar que entretiene, si el objetivo de la consulta te lo permite, y vas como observador como si estuvieras en un observatorio de aves, sólo que aquí lo que observas y analizas son especímenes humanos que es más complejo, o no, vaya usted a saber.
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