A cada suceso de nuestra vida le pertenece tan sólo un
momento del que se puede decir que “es” y después para siempre que “fue”. Con cada atardecer somos más pobres en un
día. Quizás, ante la visión del transcurso del escaso tiempo que nos
corresponda, nos enloqueceríamos si no hubiera en lo más profundo de nuestro
ser la conciencia secreta de que nos pertenece la fuente inagotable de la
eternidad para poder una y otra vez renovar a partir de ella el tiempo de
nuestra vida.
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