Estamos casi en el epicentro del Carnaval, la fiesta de la transformación. Nos vestimos con ropajes que enmascaran nuestra verdadera identidad y no me refiero solamente al cuerpo físico, sino también al alma. No sólo modificamos nuestra estética, igual modulamos la voz o nos comportamos como en nuestro habitat natural no haríamos. Es la idiosincrasia de la fiesta carnavalera.
Por unos días desaparecen los problemas y las preocupaciones; Rajoy o Merkel se convierten en personajes de un comic maquiavélico, Spiderman, Superwoman y demás hombres y mujeres con capacidad de volar u otras habilidades, camparán a sus anchas por los escenarios de la fiesta, los héroes y las heroínas serán los protagonistas que, a pesar de las circunstancias, disfrazarán también la realidad nuestra de cada día.
Tomemos la calle para la fiesta y la diversión. Los tiempos en que teníamos que tomarla para establecer las barreras ante la crisis del estado del bienestar ya pasaron; ahora tenemos una reforma laboral recién horneada por los que fueron profetas en su tierra y que ahondará la crisis en aquellos y aquellas que esperaron pacientemente sin hacer nada. Quizá debamos recordar el mensaje y los últimos versos del poeta Bertold Brecht “Ahora me llevan a mí, pero ya es tarde”.
La fiesta sigue. Las máscaras se abren paso entre el gentío, las carrozas se engalanan de colores, las mentes se adulteran con alcohol, la rivalidad se viste de gala…la fiesta contínua. ¡ Viva el carnaval !
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