Termina este mes de septiembre, todavía con los coletazos de
un caluroso verano que se resiste a marcharse con sus temperaturas y calores,
por lo que las lluvias de otoño siguen sin teñir de frío y humedad el ambiente.
Quizás influya también en estas temperaturas el “otoño caliente” al que estamos asistiendo con protestas continuas
en la calle por parte de la sociedad civil organizada en plataformas varias que
marcan el paso a los partidos políticos y sindicatos que ya no son dueños de la
calle, escenario de sus protestas, por cuanto el populismo se abre paso ante el
decepcionante papel que han jugado las organizaciones políticas y sindicales en
el entramado de la crisis.
La democracia y el estado de derecho es, incluso con sus
inconvenientes que deberán ser compensados en reformas a debatir y aplicar, el
mejor escenario de convivencia que ahora mismo tenemos y me temo que el
populismo que antes mencionaba se balancea muchas veces en teóricas e utópicas
redes aprovechando la queja ciudadana frente a la crisis. Hace falta una
reforma en profundidad, desde mi punto de vista, de las administraciones del
estado y también del papel de la clase política. En tiempos de crisis todos
debemos arrimar el hombro, pero eso no ocurre así y son los más débiles los que
soportan el mayor peso del esfuerzo.
La situación es muy compleja y supera la esfera nacional.
Europa es la suma de los países que la componen, no una organización en sí
misma política y económicamente hablando aunque nos digan lo contrario. Los
estados están supeditados a los intereses económicos propios de sus mercados
financieros y, en medio de este caos los ciudadanos europeos que se ven
envueltos en este juego de intereses donde el que menos prima es el suyo.
Es difícil creer, como acto de fe, en las organizaciones que
rodean nuestra vida pública y que velan en teoría por nuestros intereses. Mi
conocimiento y experiencia directa de ellas y lo que percibo por los medios de
comunicación me convencen de la falta de confianza en partidos políticos y
organizaciones sindicales en primer término y de organizaciones supranacionales,
en segundo lugar, que bajo el paraguas de una Europa unida pretenden hacerme
creer que luchan por los intereses de una ciudadanía cada vez más informada y
menos proclive al engaño de otros.
Este otoño se presenta complicado con decisiones importantes
todavía por decidir y que se suponen que se tomarán antes de la llegada del
invierno, donde deberíamos hacer los deberes como la cigarra del cuento para no
pasar frío y tener las reservas suficientes para pasar los meses
invernales.
Por mi parte, de momento, he decidido que no creo en
salvadores de patrias, en voceros de sus propios intereses, en mercaderes de
votos cuatrienales ni en traficantes de sentimientos. Decidiré buscar mi propio
sustento para el invierno, esperando que las nubes del otoño vengan cargadas de
aguas serenas que inunden nuestras conciencias y mojen nuestras tierras porque
quizás, con el lavado de las mentes de muchos y la preparación de las tierras
agrícolas podamos contribuir a una salida digna de esta maraña general.
Y que el frío se acerca a nuestra piel porque si no baja la
temperatura, el peligro de ebullición es inminente.