La silenciosa noche. Aquí en el bosque
no distingo rumores, no, de ninguna especie.
Los gusanos trabajan.
Los pájaros de presa hacen lo suyo
(seguramente).
Pero no escucho nada.
Sólo el silencio que da miedo. Tan raro,
tan raro, tan escaso se ha vuelto en este mundo
que ya nadie se acuerda como suena,
ya nadie quiere
estar consigo mismo un instante.
Mañana
dejaremos de nuevo la verdadera vida para
mañana.
No asco de ser ni pesadumbre de estar vivo:
extrañeza de hallarse aquí y ahora en esta hora tan muda.
Silencio en este bosque, en esta casa
a la mitad del bosque.
¿Se habrá acabado el mundo?
En medio de
un sueño plácido en la noche de ayer los vericuetos de la mente me trasladaban
a escenarios imposibles donde me reencontraba con personas queridas que ya no
comparten el mismo plano temporal. Como todos los sueños no tenía un guión
racional sino más bien era una sucesión de situaciones o circunstancias donde
cada ser tenía una cierta razón de existencia en dicha historia.
No entro a valorar el posible
significado del viaje onírico en el supuesto que lo tuviera; prefiero quedarme
con la sensación agradable y sosegada que sentí al despertar. Siempre es
agradable compartir momentos, aunque sean virtuales, con la gente que uno
aprecia por conocimiento o porque le hubiera gustado conocer.
Justamente hoy, no sé si por
casualidad, me encontré navegando por internet una carta que Ricardo Arjona
escribe a su madre fallecida y me transmitió un sinfín de emociones desde el
protagonismo también de igual pérdida que aún siendo lejana en el tiempo
permanece como una cicatriz que se niega a desaparecer.
Reproduzco seguidamente la carta
mencionada:
A mi madre...
Mi respiración levantaba pequeñas tormentas de polvo con mi nariz
raspando la tierra. El brazo de un niño de mi edad, apenas 6 años, se enredaba
en mi cuello y mi brazo hacia lo mismo con el suyo. Me dolía todo pero
sospechaba que a él también.
Escuchaba los gritos de los compañeros de clase que hacían apuestas y
gritaban en apoyo de alguno de los dos. Teníamos 15 minutos de dar el
espectáculo de pelea callejera que parecía que hacía de la calle un circo y de
todos, la diversión. Nos pegamos por todos lados hasta caer enredados en la
calle de tierra y justo allí con escaso ángulo de visión apareció de pronto,
generando un silencio repentino, la cara de mi madre.
Nadie soltó a nadie, pero los dos hicimos una pausa y dejamos escuchar
su voz que me preguntó: "¿Vos provocaste la pelea?" "¡No!",
contesté con dificultad. De inmediato se puso de pie y con voz pausada dijo:
"¡Entonces defiéndase mijo!" Así era, nadie tenía más convicción que
ella incluso cuando se equivocaba. Su fortaleza era impenetrable. Jamás se le
dieron las relaciones públicas ni las mentiras piadosas.
Nunca causó una primera buena impresión pero al final todos terminaban
queriéndola y por sobre todo admirando su manera de ser y queriendo ser un poco
como ella.
Jamás escuché de la boca de mis padres frases como "TIENES QUE
GANAR" o "TIENES QUE LLEGAR PRIMERO", solo se remitieron a
dejarme ser testigo de las tantas y tantas veces que le ganaron las batallas a
la vida hasta que la muerte se los llevó.
Los vi vencer al presupuesto una y otra vez desde que me asiste la
razón con los métodos más inverosímiles, jamás vistos y siempre sin quejarse.
Jamás los vi pretender ser mejor que nadie pero jamás los vi rendidos ante nada
ni venderse ante nadie y siempre listos a luchar.
Cuando el salario del viejo no alcanzó los vi vender radios de
transistores por abonos en aldeas guatemaltecas y hacer las de cobradores en
moto hasta que un camión los estampó y casi les quita la vida.
Todos sus ahorros fueron a dar al hospital y a empezar de nuevo. Nunca
dejaron de ser incluso lo que no era bueno que fueran. Lo inclaudicable de su
postura nos hizo saber a mis hermanas y a mí que con ellos no habían pactos ni
negociación. Que así eran ellos y así seguirían siendo, por algo que se llama
convicción y que redunda siempre en la fortaleza de sus cachorros.
Hoy, en la noche más triste de mi vida, vi partir frente a mis ojos a
la mujer más franca y fuerte que conocí. No encontré una igual ni en las
películas ni en los realísimos mágicos macondianos que vaya si tenía mujeres con
fortaleza.
A mis padres se los llevó un mal que les atacó justo el cerebro, quizás
gastados de tanto soñar, convulsionaron un día por el único órgano que les
podía fallar porque el corazón lo tenían demasiado grande y fuerte para
claudicar.
Mi madre se me fue hace unas horas ante mis ojos de manera insospechada
pero justo como ella quería que sucediera. Días antes, me llevó a donde
descansa mi padre y me señaló el lugar exacto donde quería estar y a los tres
días ya le hacía compañía.
Desde que mi padre faltó, lo mencionó mil veces, no quería otra cosa
que estar con él. No sé bien que habrá después, pero espero que en lo incierto
exista un lugar donde pudieran darse un beso más. Solo un beso más para que les
alcanzara para muchas muertes con la misma posibilidad.
Doña Mimi, quiero imaginarte joven otra vez. Trepando árboles de mango
y subiendo palos de coco con la facilidad que solo vos tenías. Quiero verte de
nuevo feliz porque desde que el viejo se fue tu felicidad eran ráfagas escasas.
Te extraño Mimi, aunque sé que te viene mejor la compañía del viejo que la de
tantos que te amamos aunque nos condenes a no verte más.
No volveré a cantar nunca tu canción, te lo prometo, para que desde hoy
te la cante Don Ricardo que bien sabemos todos, la cantará mejor que yo.
Esta cuesta de enero, a pesar del esfuerzo que cuesta
subirla, no es suficiente para rebajar (o recortar, que es el vocablo de moda)
esos kilos que adoptamos muy a nuestro pesar en el largo diciembre que dejamos
atrás. Las fiestas navideñas nos dejan un reguero de huellas negativas en
formade botones desajustados, ropa que
encoge, pieles estiradas, empastes en huida, etc.
Por mi parte intentaré, sin prisa y sin pausa, volver al
redil de la buena costumbre de hacer ejercicio en forma de caminar varias veces
a la semana, beber mucha agua y procurar bajar las calorías de la dieta. No es
una tarea muy complicada porque si nos ponemos propósitos difíciles al final no
haremos nada. Mejor avanzar en nuestras metas en etapas fáciles y sencillas.
Mi autoestima me permite todavía mirarme al espejo y
reconocerme sin lástima, aunque claro que preferiría que la felicidad de la
curva de mi estómago estuviera algo más triste para beneficio propio pero Roma
no se conquistó en un día y Dios necesitó siete días para crear el mundo y yo
sólo soy un simple humano con una idea simple: bajar unos kilillos.
Además tenemos la inestimable ayuda del Gobierno, siempre
pendiente de los ciudadanos, que nos sube el precio de todo y nos recorta el
sueldo con lo que nuestro gasto en alimentación baja, especialmente en aquellos
productos calóricos. Además, como los precios en ocio son cada vez más
prohibitivos pues el dar un paseo se convierte en una opción de ahorro; y si
sustituimos el costoso alcohol por agua pues menos calorías para nuestra agenda
corporal.
Carnaval y Semana Santa están a la vuelta de la esquina así
que el tiempo apremia porque la fiesta no es propicia para las buenas y sanas
costumbres.
- Sí, pensé
–respondió Nasrudin. – En mi juventud resolví buscar a la mujer perfecta. Crucé
el desierto, llegué a Damasco y conocí a una mujer muy espiritual y linda; pero
ella no sabía nada de las cosas de este mundo.
Continué
viajando y fui a Isfahan; allí encontré a una mujer que conocía el reino de la
materia y el del espíritu, pero no era bonita. Entonces resolví ir hasta El
Cairo, donde cené en la casa de una moza bonita, religiosa y conocedora de la
realidad material.
- ¿Y por
qué no te casaste con ella?
- ¡Ah, compañero mío! Lamentablemente ella también quería un hombre perfecto
Atrás han quedado las fiestas propias de esta época con toda
su parafernalia, siempre a caballo entre el bien y el mal, entre la sinceridad
y la hipocresía. El 2013 es ya una estela en nuestros pensamientos en esta
cuesta de enero que nos conduce hasta los entresijos del 2014 donde tratamos de
encerrar en el olvido lo negativo de asuntos, momentos y circunstancias y vamos
al encuentro del positivismo que se nos hace necesario en nuestras vidas.
La cuesta de enero no la notaremos este año porque todavía estamos
subiendo la del año pasado que no ha dado paso a ningún rellano en los meses
que siguieron así que ya estamos acostumbrados a gastar la suela delantera del
zapato. La luz al final del túnel que algunos con mejor vista ven, procuraremos
no verla tampoco no sea que el ministro Soria se dé cuenta y nos la quiera
cobrar sólo por vislumbrarla.
Seguiremos en esta situación de emergencia donde los
conceptos de equilibrio, ahorro y buen juicio guiarán nuestra economía
doméstica. Ahora más que nunca la salud será nuestro principal deseo para este
año porque no tenerla sale cada vez más caro, el dinero si no vino con las
loterías ya no se le espera y encima nos lo seguirán mermando de forma
indirecta y el amor es el único engranaje posible para unir las carencias de
los dos deseos anteriores. “Contigo, pan y cebolla” como decía el poeta.
No me queda pena alguna de la marcha del 2013, más bien lo
contrario, y espero que estos 365 días que se muestran ante mí sean la alfombra
donde poder caminar entre los sueños cumplidos, los deseos realizados, la
realidad más positiva y, sobre todo, con y entre la gente que quiero.
Ahora que estamos en temporada de compras por la festividad de Reyes creo oportuno reflexionar sobre el exceso de consumismo que podríamos llegar a sentir, aprovechando para pensar en ello las palabras de Eduardo Galeano...
Lo que me pasa es que
no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo
siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o achicarlo
un poco. No hace tanto, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos,
los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los
doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a
ensuciar.
Y ellos, nuestros
nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar
todo por la borda, incluyendo los pañales.¡Se entregaron inescrupulosamente a
los desechables! Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó botar. ¡Ni
los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles
guardando los mocos en el pañuelo de tela del bolsillo.
¡¡¡Nooo!!! Yo no digo
que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del
mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté
bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de
música una vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la
computadora todas las navidades.
¡Guardo los vasos
desechables!
¡Lavo los guantes de látex
que eran para usar una sola vez!
¡Los cubiertos de plástico
conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos!
Es que vengo de un tiempo en el
que las cosas se compraban para toda la vida!
¡Es más!
¡Se compraban para la vida de los que venían después!
La gente heredaba
relojes de pared, juegos de copas, vajillas y hasta palanganas de loza. Y
resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que
las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de refrigerador
tres veces.
Nos están fastidiando!
! ¡¡Yo los descubrí!! ¡¡Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se
quiebra o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Nada se
repara. Lo obsoleto es de fábrica.
¿Dónde están los
zapateros arreglando las media-suelas de los tenis Nike?
¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando colchones casa por casa?
¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista?
¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?
Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más y más basura.
El otro día leí que se
produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la
humanidad. El que tenga menos de 30 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era
niño por mi casa no pasaba el que recogía la basura!! ¡¡Lo juro!! ¡Y tengo
menos de... años!. Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al
gallinero, a los patos o a los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII)
No existía el plástico
ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y las que no
estaban rodando las quemábamos en la Fiesta de San Juan.
Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se
quemaban. De 'por ahí' vengo yo. Y no es que haya sido mejor.. Es que no es
fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el 'guarde y guarde que alguna
vez puede servir para algo', pasarse al 'compre y bote que ya se viene el
modelo nuevo'. Hay que cambiar el auto cada 3 años como máximo, porque si no,
eres un arruinado. Así el coche que tenés esté en buen estado . Y hay que
vivir endeudado eternamente para pagar el nuevo!!!! Pero por Dios. Mi
cabeza no resiste tanto.
Ahora mis parientes y los
hijos de mis amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que,
además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.
Y a mí me prepararon para
vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y
vaya si era un nombre como para cambiarlo) Me educaron para guardar todo.
¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían
volver a servir. Le dábamos crédito a todo.
Si,
ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían
servir y qué cosas no.. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso)
guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las
carpetas del jardín de infantes y no sé cómo no guardamos la primera caquita.
¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su celular a los
pocos meses de comprarlo?
¿Será que cuando las cosas se
consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma
facilidad con la que se consiguieron?
En
casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los
manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y el tercero y el
cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos.. . ¡¡Cómo
guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!! ¡¡Guardábamos las tapas de los
refrescos!! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la
puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían
en cortinas para los bares.. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las
martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para
la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo guardábamos!
Cuando
el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al
terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y
las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo
el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de
sardinas o del corned-beef, por las dudas que alguna lata viniera sin su llave.
¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador al techo
de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que
vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no
podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.
Las
cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡¡Los diarios!!! Servían para
todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para pone r en el piso los
días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡¡¡Las veces que nos
enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!!!
Y
guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer
guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y
los goteros de las medicinas por si algún medicamento no traía el cuentagotas y
los fósforos usados porque podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la
otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los
primeros álbumes de fotos y los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara
alguna, con la inscripción a mano en una sota de espada que decía 'éste es un 4
de bastos'.
Los
cajones guardaban pedazos izquierdos de pinzas de ropa y el ganchito de metal.
Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para
convertirse otra vez en una pinza completa.
Yo
sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos.
Así como hoy las nuevas generaciones deciden 'matarlos' apenas aparentan dejar
de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada: ¡¡¡ni a Walt
Disney!!!
Y
cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos
dijeron: 'Cómase el helado y después tire la copita', nosotros dijimos que sí,
pero, ¡¡¡minga que la íbamos a tirar!!! Las pusimos a vivir en el estante de
los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron
macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron
en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de
acuarelas, las tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas de cerveza
en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.
Y
me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que
preservábamos. ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡No lo voy a hacer!!! Me muero por decir que hoy
no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y
hasta la amistad son descartables.
Pero
no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no
hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va
tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no
voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron
perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas
empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más
nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que
valoran más a los lindos, con brillo, pegatina en el cabello y glamour.
Esto
sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares. De lo contrario, si
mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la 'bruja'
como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva.Pero yo soy lento para transitar este
mundo de la reposición y corro el riesgo de que la 'bruja' me gane de mano y
sea yo el entregado.