Artículo de José Luis Aranguren
Publicado en El País, 17 de junio 1985
En estos tiempos de predominio, social y personal, de
la comunicación audiovisual, parecería natural pensar que la lectura se ha
quedado en comunicación pobre, (como de imprenta), libresca. ¿Es así? Importa
poner de relieve que no. Y veamos por qué. Para empezar por lo social e
histórico, la lectura, aunque ya no nos lo parezca así a los largamente
habituados a ella, es siempre una interpretación de signos, es un ejercicio de
desciframiento. Ver es un acto natural (o por lo menos, nos lo parece,
digamos que es relativamente natural). Leer es un acto cultural.
La
cultura en tanto que histórica empieza a partir de de documentos escritos: lo
anterior es prehistoria. Si desde el fondo de los siglos podemos escuchar unas
palabras y saber lo que pensaban nuestros lejanos antecesores, no es
ciertamente porque oigamos sus voces, sino porque podemos leer lo que ellos
pensaron y escribieron.
Casi todo lo que hemos
aprendido de los muchos hombres que nos precedieron y que nunca vimos lo hemos
aprendido leyendo sus escritos. Cultura no es sólo escritura y lectura, pero
es, sobre todo, escritura y lectura.
La
importancia personal de la lectura apenas es menor que la social. Con
mis contemporáneos me puedo comunicar oralmente, pero necesito conocer su
lengua. Ahora bien, la lengua hablada no es plenamente poseída si no se la sabe
escribir y leer. Más aún: lo que nos decimos verbalmente unos y otros
pertenece, por lo general, a la vida cotidiana, y no nos saca de ella, no
amplía nuestro horizonte intelectual y vital.
Se dirá
que esta ampliación, más allá de la cotidianidad, nos la da el teatro y, ahora,
el cine y la televisión. Pero me pregunto: ¿es lo mismo ver una telenovela o un
filme que leer una novela? La lectura demanda nuestra colaboración,
somos nosotros mismos quienes tenemos que imaginar lo que el libro dice, verlo
imaginariamente. La lectura es un acto creativo por el cual nos convertimos en
los escenaristas, decoradores, montadores de la obra en nuestro teatro
interior, el de la imaginación.
La
lectura nos fuerza a la representación de lo leído. Y de ahí que la novela que,
por haberla leído ya, llevamos con nosotros representada, es frecuente que nos
decepcione cuando la vemos llevada al cine. ¿Por qué? Porque allí está vista y
presentada con otros ojos, no con los nuestros; porque nosotros no la
imaginábamos así. En suma, porque ya no es tan nuestra como lo era
representada en nuestra imaginación.
Sí, toda
lectura es re-creadora o co-creadora, un acto de creación. (Probablemente, como
insinuaba al principio, también entre paréntesis, toda audición y visión son,
asimismo, re-creadoras, pero en menor grado: la distancia entre lo oído o lo
visto y nuestra percepción es muchísimo menor que la existente entre la crítica
literaria actual, consciente de la unidad -y la variedad- de la estructura
libro-lector.) Sí, queridos lectores; lo que vosotros hacéis es, también, una
tarea creativa.
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