España es diferente se decía y lo sigue siendo. Somos una sociedad polarizada donde ya desde pequeños nos pregunta con esa cruel inocencia si preferimos a Mamá o a Papá, donde eres hombre o mujer, de izquierda o de derecha, del Madrid o del Barcelona en fútbol, de campo o playa, rural o urbano...y así ese antagonimo constante en todas las facetas de nuestra vida, en una elección permanente de una opción como si la equidistancia y los colores grises no existieran.
La razón o la sabia decisión no la dan la pertenencia a una opción de la índole que sea, sino que es inherente a la verdad y ésta puede estar a caballo entre dos opciones o en una de ellas, pero no de forma permanente en el tiempo.
La elección constante entre términos, en principio antagónicos, nos lleva a la radicalización de nuestras ideas y posiciones fomentando el aislamiento social, la verborrea violenta y el enfrentamiento continuo, cuando es el diálogo sincero y respetuoso quien debiera presidir nuestras diferencias, sin que ello suponga que renunciemos a nuestros posicionamientos.
Tengo amistades de diferente ideología y claro que discutimos pero con las acepciones del verbo discutir (examinar y tratar entre varias personas un asunto o tema proponiendo argumentos o razonamientos para explicarlo, solucionarlo o llegar a un acuerdo acerca él // defender dos o más personas opiniones o intereses opuestos en una conversación o diálogo) que no conllevan violencia verbal, falta de respeto ni desconsideración hacia la otra persona y donde el resultado final de una discusión sólo puede ser la puesta en común de argumentos y llegar a un punto intermedio de acuerdo, la prevalencia pacífica de un razonamiento sobre otro o bien el marco inicial de partida donde cada uno cree tener la razón legítima, y en cualquiera de las posibilidades finales nada hará que nos disfrutemos juntos de un buen vino.
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