Se acerca el
8 de septiembre y ya todos los caminos conducen a los peregrinos hacia el bello
pueblo de Teror, epicentro geográfico y emocional de la isla de Gran Canaria.
Por estas fechas miles de personas de todos los rincones grancanarios se
acercan a honrar a su patrona y muchos de ellos lo hacen caminando y es aquí
donde la religiosidad se confunde con la tradición.
A nadie se le escapa que todos los
que acuden a Teror a ver a la Virgen para posteriormente dar buena cuenta de un
bocadillo de chorizo con pan de campo acompañado de un clipper de fresa no son
religiosos o creyentes en el sentido estricto de la palabra; pero es una
tradición que se mezcla con la fiesta y el jolgorio con los tintes y matices
propios de una fiesta religiosa.
En mi caso particular, que no me
considero seguidor de Pedro ni de Francisco, recorrí el pasado sábado, para
evitar la congestión de tráfico, el camino que va desde Arucas hasta la villa
mariana con mis energías puestas como si de un mantra se tratara en el
pensamiento de gente a la que quiero y para quienes deseo los mejores
parabienes. El recuerdo de mi madre que ya no me acompaña y que sí era creyente
me acompañó en el camino porque quizás su fuerza y energía podía ayudarme al
tesón compartido de ayudar a las personas que apreciamos.
Al margen de la religión en sí, sí
que es cierto, que la energía de una multitud concentrada en el espacio y en el
tiempo posee una fuerza abrumadora y es justamente eso lo que hay que
aprovechar en beneficio de todos.
Así que me uno también a la
tradición más añeja de la caminata a Teror y aprovecho al tiempo para hacer
ejercicio que es sano y ayuda a menguar el peso acumulado en las vacaciones de
verano.
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