Tengo una amiga que nunca utiliza la palabra “felicidad” y en
su lugar usa el vocablo “dicha”. Creo, aunque nunca se lo he preguntado, que
teme la palabra felicidad por el significado absoluto que le hemos dado a dicha
palabra en nuestras vidas. Si nos vamos a sus acepciones académicas resulta que
vienen a ser lo mismo y con un mismo origen del latín. Ahora bien, si dicha es
felicidad y ésta es el estado del ánimo que se complace en la posesión de un
bien, resulta que el primer concepto, aún siendo sinónimo, puede ser anterior
al segundo. Sea como fuere, está claro que no son una constante ni una meta.
La felicidad no es un estadio que
podamos alcanzar ni una meta a la que podamos llegar. Es un camino, un deseo,
una intención. La felicidad viene dada por los momentos en que percibimos esa
sensación de dicha. Es un estado de ánimo que depende de los sujetos que la
experimentan pues no hay un concepto uniforme para definirla; Inclusive podemos
encontrar felicidad en situaciones en la que somos infelices pues la dicha que
sentimos no está en nosotros mismos sino en aquellas personas en las que
queremos aunque ello conlleva nuestra propia desdicha.
Para Voltaire la felicidad era una
idea abstracta íntimamente relacionada con el placer y la dicha suponía la sucesión
de placeres continuados por lo que la ponía en un escalón más alto. Y para el
Budismo como explica Osho la felicidad depende de elementos exteriores que la
conforman y le dan su carácter de temporalidad mientras que la dicha es un
estado de paz interior y transcendental sin dependencia de estímulos externos.
En ambos casos parece que la dicha
está en un estadio superior de bienestar, así que debemos perseguir la dicha
como meta, que es el camino en sí mismo, pero sólo lo podemos hacer a través de
la felicidad de los momentos.
Seamos felices aprovechando el
momento que dura y persigamos la quimera de la dicha. Felices o dichosos…seamos
lo que queramos ser.
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