El sol
parece que vuelve de vacaciones y asoma por estos lares de ciudad por lo que el
frío y la lluvia dejan de ser mi única compañía en las tardes del ocaso del
invierno. La melancolía guarda sus mejores galas invitando a los recuerdos a
una larga siesta.
La poesía que era
lo único que cabía cuando las sombras eran más que luces porque la claridad
estaba aparcada en un rincón del cielo, ahora queda relegada en sus versos
cálidos junto a un buen café porque la novela se abre paso con su aventura y
misterio, desbordando imaginación fuera de sus páginas imitando a la vida o
viceversa, sugiriendo los pasos del mañana, aprendiendo de los caminos del
ayer…
Mirando de soslayo
la ventana para observar una calima en retirada que deja un sucio rastro a su
paso, y echando de menos aquellas gotas de lluvia que pudiera lavarlo al igual
que aquellos deseos fugaces e incompletos.
Marzo es un mes de
transición entre los últimos coletazos del invierno y la primavera que espera
agazapada. Es un tiempo que se mueve entre el viento y el frío característico
de estas fechas y el calor primerizo que quiere florecer. Como dice el
refranero “marzo varía siete veces al día” así que nos queda incertidumbre
todavía en lo que al tiempo se refiere…a la política mejor la dejamos porque
esa es permanente y va más allá de la primavera.
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