Han pasado bastantes años y
todavía hay tardes donde se echa de menos tu voz ausente entre recuerdos y
sensaciones. En todo este tiempo has estado cerca, tanto cuando la vida ha
acariciado mi realidad como cuando he tenido que margullar bajo la cresta de la
ola.
Hoy es el Día de la Madre y
quería tener unas breves palabras de recuerdo a quien significó y significa
tanto. Me viene a la memoria una gran canción dedicada a la madre por el genial
Ricardo Arjona y la carta que éste le escribe y de la que ya hice referencia en una entrada anterior que
llevaba por título el sueño de ayer
Al tiempo rescato a través de unos versos cómo me sentí un día ya
lejano con tu marcha.
Cerrada la noche, abiertas las almas,
Envuelto el ambiente en penumbras amargas.
Llorando el cadáver cuatro velas blancas
Y en el aire, no sé, algo flotaba.
El cielo se vistió de estrellas
Y ante el drama de mi mirada
Fugaces formaron una cadena
De luces violetas y blancas.
El corazón se me subía
Queriendo aflorar a mi garganta
Que grave, seca y temblorosa
No podía articular palabra.
Mis lágrimas pugnaban por formar
Esa inútil e inevitable cascada
Donde navegar pueda la tristeza
Hasta lo recóndito del alma.
¿Por qué?, pregunté a la nada.
No hubo respuesta, la suerte estaba echada.
Mi madre era la elegida.
Ella así lo aceptaba.
Yo, como ahora, todavía dudaba.
El tiempo no cura heridas,
simplemente nos enseña a llevarlas sin que ello suponga una merma de nosotros
mismos. Nunca hay que olvidar sino incorporar el recuerdo añ nuestra memoria y
a nuestra vida porque forma parte de ella; tampoco debemos ser tragados por la
inmensidad del recuerdo y de la añoranza porque entonces no tendríamos vida. Es
un equilibrio justo donde todo cabe. Podría decir muchas cosas pero
públicamente sólo diré Gracias. Te quiero Mamá.
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