Cómo terminan los payasos
Un viejo payaso reparte folletos en la estación, anuncian
un circo ambulante. Sin duda, es así como terminan
los payasos: sustituyendo una máquina (o a un niño).
Lo observo atento: quiero saber cómo terminan los payasos.
Entre la melancolía y la salvaje risa contagiosa
desaparece lentamente el equilibrio lleno de encanto;
año tras año el surco de las mejillas es más profundo,
y al final queda la desesperanza de una nariz demasiado grande
y movimientos torpes de anciano, ya no son una parodia
de los saludables e irreflexivos, son un panfleto que culpa
la imperfecta constitución del cuerpo, el error
del arquitecto. Queda la luz de la ancha frente, la lámpara
de una tez demasiado blanca (ahora sin polvos), unos labios
finos y unos ojos por los que mira ya un extraño, se asoma
con frialdad alguien que podría ser el futuro inquilino del rostro
(si se consiguiese prorrogar el alquiler de esta tristeza).
Es así como terminan los payasos, cuando se adentra en nosotros
la gran indiferencia del mundo, amargamente, como plomo en la boca.
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