Mañana es el Día del Libro y con él me viene a la mente los recuerdos
del inicio de mi andadura como lector. Fui un incesante devorador de tebeos en
mi infancia pero fue en la pubertad cuando aprovechando que una tía mía me
pidió que eligiera como premio un regalo en una librería, elegí un libro, siendo
el primero de muchos que siguieron luego.
Recuerdo que se llamaba “El misterio de las catedrales” de Fulcanelli y
lo leí con fruición sin acordarme el porqué de esa elección precisamente. Así,
cada sábado, acudía al antiguo mercado de Telde con mi tía para ayudarle en la
tarea de llevar las bolsas de la compra que ella por su edad no podía y al
final de la jornada me llevaba a la misma librería a que eligiera otro nuevo
libro para mi colección y así, al cabo de un año, llegué a tener un fondo
bibliográfico del que me sentía orgulloso.
El misterio y la aventura fue mi primera incursión en la literatura, si
bien a lo largo de los años se fue ampliando hacia otras facetas literarias
como la poesía para descubrir los rincones de la propia alma, la novela en
todas sus variantes para explorar y conocer lugares, personas y sensaciones, o
el ensayo para ayudarnos con otras perspectivas al entendimiento de nosotros y
el mundo que nos rodea.
La lectura nos engrandece como personas, independientemente del género
literario y los gustos de cada persona. Leer nos transporta, nos conmueve, nos
hace más libres al expandir nuestra mente. Me entenderán todos aquellos
lectores que hayan sentido la emoción de abrir la portada de un libro para
descubrir su interior.
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