Dos políticos cambiaban ideas acerca de las recompensas por el servicio público.
–La recompensa que yo más deseo –dijo el primer político– es la gratitud de mis conciudadanos.
–Eso sería muy gratificante, sin duda –dijo el segundo político–, pero es una lástima que con el fin de obtenerla tenga uno que retirarse de la política.
Por un instante se miraron uno al otro, con inexpresable ternura; luego, el primer político murmuró:
–¡Que se haga la voluntad del Señor! Ya que no podemos esperar una recompensa, démonos por satisfechos con lo que tenemos.
Y sacando las manos por un momento del tesoro público, juraron darse por satisfechos.
( Ambrose Bierce
)
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