Una mayoría está harta de estar encerrada en casa en un confinamiento obligatorio y responsable como consecuencia de una pandemia, pero ansía ese momento en que, aunque sea de forma escalonada, se pueda traspasar las fronteras de la puerta de casa para redescubrir la libertad de la calle. Y podría estar de acuerdo, si bien no he llevado nada mal mi voluntario y obligatorio encierro, pero seamos realistas...el mundo ha cambiado en nuestra ausencia y las calles no son las que eran, los lugares de trabajo han mutado, los protocolos sociales son radicalmente diferentes, las pautas de comportamiento han cambiado.
Las colas en el supermercado serán obligatorias, la distancia social permanecerá durante un largo periodo de tiempo, los abrazos y besos seguirán siendo imposibles, las relaciones laborales serán distantes físicamente, más de dos personas será multitud, la mascarilla nos acompañará en nuestro atuendo, la vida social estará muy limitada porque los restaurantes, bares y locales de ocio tendrán que transformarse y así una relación de conceptos y protocolos que habrán variado en nuestra ausencia.
No es que sea malo, simplemente es diferente. Será nuestra realidad diaria hasta que llegue la ansiada vacuna. Y tendremos que vivir con ello como si estuviéramos inmersos en una película de ciencia ficción de un domingo por la tarde. Y entonces, quizás pensemos en el hogar y en la familia y que quizás tampoco estábamos tan mal, que descubríamos hobbys, personas, lecturas, músicas y películas en un espacio físico más corto pero con un horizonte más grande que el que esperábamos encontrar fuera.
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