En su cerrada
mollera no entraban ni podían entrar otras luces sobre el santo ejercicio de la
caridad; no comprendía que una palabra cariñosa, un halago, un trato delicado y
amante que hicieran olvidar al pequeño su pequeñez, al miserable su miseria,
son heroísmos de más precio que el bodrio sobrante de una mala comida.
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