lunes, 14 de diciembre de 2015

Reflexionar con... Murialdo Chicaiza

Anatomía del silencio

Entre mis manos la escarcha

se escapa en llanto al suelo

y los surcos renacen.

En mi espalda voy cargando

el inefable letargo de los tiempos

voy llevando la carga invisible

de una ternura desquiciada:

Los frutos de la inocencia.

Entre mis pies se pierde la vida

solo la podredumbre de la rosa

y el césped puedo percibir.

El cardo ya no me lastima.

Entre mis ojos oigo la inmovilidad

de mil álamos céreos y lánguidos

y mi mirada se pierde en un punto

que desconozco. Entonces

mi pensamiento muere blanco

y silencioso se escapa.

Entre mis oídos suena

una violeta verde e ininteligible,

entonces tengo la agilidad

del naranjal y la mariposa.

Entre mis sienes escucho

el constante repiqueo

de un reloj de sol, colocado

en los glaciares eternos

de los montes del olvido.

Entre mi cuerpo y la nada

-¡Oh visión admirable!-

voy por un túnel oscuro

con un silencio concentrado

e incognoscible.

Y en la nada me encuentro

con un paisaje todo blanco:

montes blancos, cielo blanco,

blanca el alba blanca,

solo mi cuerpo desnudo

tiene color. Y entre  mi cuerpo

y la nada estoy sentado

esperando, tal vez, la llegada

de un todo vacío.

 

                       

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