miércoles, 30 de agosto de 2017

Cuento popular africano

Gassir el Héroe (Cuento popular africano)

Había una vez un héroe famoso que se llamaba Gassir. Había vencido a todos sus enemigos, devastado sus pueblos, y pensaba que su fama sería eterna. Un día, cuando volvía de la lucha vio una perdiz sentada en la hierba y que cantaba:

No hay sables poderosos.

No hay hombres tan poderosos

que no sean olvidados.

¡Oh, Gassir!, ¡valiente guerrero!,

tus heroicas hazañas

serán olvidadas.

El heroísmo, tú lo sabes,

como resultado de la fuerza,

engendra lágrimas y tristeza.

El mundo te olvidará,

como a mí me olvidará,

pero el canto sobrevivirá…

Las ciudades y los pueblos,

los héroes y los cobardes:

¡todo desaparecerá!

¡Sólo mi canción sobrevivirá!

Gassir oyó el extraño canto del pájaro; luego fue a buscar al Sabio de la aldea y le contó lo que había oído.

-La perdiz tiene razón -dijo el anciano-. La fama del héroe es como la hierba. Antes de que termine el año, se seca. Pero una canción es eterna.

Al oír esto, Gassir fue a buscar al herrero, que era muy habilidoso, y le pidió que le hiciera un laúd.

-Te haré un laúd -dijo el herrero-, pero ¿sabrás tocarlo?

-Eso es asunto mío, no tuyo -respondió Gassir con arrogancia.

Entonces el herrero le hizo un laúd. Pero cuando Gassir intentó tocarlo, no salió de él ni una sola nota.

-¿Por qué el laúd está silencioso? -preguntó.

-Te dije que no sabrías tocarlo. Pero es asunto tuyo, no mío -rió el herrero.

Avergonzado, Gassir le contestó:

-Dime, ¿qué debo hacer?

El herrero inclinó la cabeza y reflexionó. Luego dijo:

-El laúd no es sino un trozo de madera. No sabe cantar porque no tiene corazón. Eres tú el que debe proporcionárselo. Llévalo contigo cuando vayas a combatir. Cuando su madera esté mojada por tu sudor y tus lágrimas, cuando tus penas se conviertan en sus penas y tu gloria en su gloria, ya no será simplemente un trozo de madera que yo habré transformado en laúd, sino una parte de ti mismo, de tu vida. Y entonces hablará.

Poco después, Gassir marchó a la guerra contra uno de sus enemigos.

Reunió a sus ocho hijos y les dijo:

-Vamos a combatir hoy. Nuestras hazañas no deben olvidarse jamás. La gloria de nuestros sables debe vivir siempre. Yo, Gassir, y vosotros, mis hijos, podemos morir, pero sobreviviremos en una canción, que será inmortal.

Después de haber hablado se puso el laúd en bandolera y salió con sus ocho hijos. Lucharon durante ocho días, como corresponde a los héroes. Los sablazos de Gassir hicieron temblar las cuerdas del laúd y el sudor de su frente se infiltró en la madera. Combatieron los ocho días propios de los héroes, y cada día uno de sus hijos murió en la batalla.

El octavo día, el de la victoria, cuando Gassir enterró a su octavo hijo, el gran héroe se sentó en una piedra y por primera vez en su vida derramó lágrimas de tristeza. Su heroísmo había sido inútil. Ahora se había quedado completamente solo y pronto nadie se acordaría de él ni de sus hazañas.

De repente, Gassir oyó el sonido de una voz, una voz que parecía venir de su propio corazón. Era el laúd, que había cobrado vida por sus lágrimas, que no por sus hazañas. El laúd cantó a Gassir y sus hijos, cantó su valor y su arrojo… Y su canto vive todavía y vivirá eternamente.

 

Granadilla (Cáceres)


Badajoz


Trujillo (Cáceres)


Cáparra (Cáceres)





jueves, 17 de agosto de 2017

Un cuento de Robert Fox


El joven iba perfectamente afeitado y pulcramente vestido. Era un lunes muy de mañana, y se metió en el metro. Era el primer día de su primer empleo, estaba un poco nervioso. No sabía con exactitud en qué iba a consistir su trabajo. Aparte de esto, se encontraba perfectamente bien. Toda la gente le veía bien. Le caían bien los transeúntes, los que se metían en el metro, y le caía bien el mundo, porque el día era claro y bueno, y él iba a empezar su primer empleo.

El joven consiguió encontrar un asiento en el metro que iba a Manhattan sin tener que dar codazos ni patadas a nadie. El vagón se llenó rápidamente, y él miraba a los que estaban de pie en torno a él y le envidiaban el asiento. Entre esta gente había una madre y su hija, que iban de compras. La hija era una bella muchacha rubia cuya piel parecía muy suave, y el joven se sintió atraído por ella inmediatamente.

-Te está mirando -susurró la madre a la hija.

-Sí, madre, y me molesta mucho. ¿Qué hago?

-Está enamorado de ti.

-¿Enamorado de mí? ¿Cómo puedes saberlo?

-Pues porque soy tu madre.

-Pero ¿qué hago?

-Nada. Intentará hablar contigo. Si lo hace tienes que contestarle. Sé amable con él. No es más que un muchacho.

El tren llegó al barrio de las oficinas comerciales y mucha gente se bajó. La chica y su madre encontraron asiento enfrente del joven, que seguía mirando a la chica, la cual, de vez en cuando, le miraba para ver si la estaba mirando.

El joven cedió su sitio a un hombre mayor como pretexto para ponerse de pie. Se quedó de pie junto a la chica y su madre. En otra parada quedó libre el asiento que había junto al de la chica, y el joven se sonrojó, pero lo ocupó inmediatamente.

-Lo sabía -dijo la madre, entre dientes-, lo sabía. Lo sabía.

El joven carraspeó y tocó a la chica en el hombro, haciéndola sobresaltarse.

-Dispénseme -le dijo-, pero es usted una chica muy bonita.

-Gracias -dijo ella.

-No hables con él -dijo la madre-, no le contestes. Te lo advierto. Hazme caso.

-Estoy enamorado de usted -dijo él a la chica.

-No le creo -dijo la chica.

-No le contestes -dijo la madre.

-De verdad que sí -dijo él-; más aún: estoy tan enamorado de usted que quiero casarme con usted.

-¿Tiene usted empleo? -dijo ella.

-Sí, hoy es el primer día. Voy a Manhattan a empezar mi primer día de trabajo.

-¿Y qué clase de trabajo es el que va a hacer? -preguntó ella.

-No lo sé con exactitud -dijo él-, ya le dije que todavía no he empezado.

-Parece interesante -dijo ella.

-Es mi primer empleo, pero tendré mesa propia, y manejaré un montón de papeles y tendré que llevarlos por ahí en una cartera, y me pagarán bien, y ascenderé a fuerza de tra­bajo.

-Te amo -dijo ella.

-¿Te casarás conmigo?

-No lo sé. Tendrás que preguntárselo a mi madre.

El joven se levantó de su asiento y se situó de pie ante la madre de la chica. Esta vez carraspeó con gran cuidado.

-Tengo el honor de pedirle la mano de su hija -dijo, pero el ruido que hacía el vagón ahogó completamente su voz. La madre le miró y dijo:

-¿Cómo?

Él tampoco la podía oír, pero por el movimiento de sus labios y por su manera de arrugar el rostro comprendió lo que había dicho: cómo.

El metro llegó a una estación.

-¡Que tengo el honor de pedirle la mano de su hija! -gritó él, sin darse cuenta de que el metro ya no hacía ruido.

Todos los que estaban en el vagón se le quedaron mirando, sonrieron, y luego se pusieron a aplaudir.

-¿Esta usted loco? -preguntó la madre.

El tren volvió a ponerse en marcha.

-¿Cómo? -dijo él.

-¿Por qué quiere casarse con ella? -preguntó la madre.

-En primer lugar porque es bonita. Quiero decir que estoy enamorado de ella.

-¿Y nada más?

-Pues no -dijo él-, ¿es que tiene que haber algo más?

-No, de ordinario no -dijo la madre-. ¿Trabaja usted?

-Sí, y, por cierto, ésa es la razón de que vaya ahora a Manhattan tan temprano. Es que hoy es mi primer día de trabajo.

-Pues felicidades -dijo la madre.

-Gracias. ¿Puedo casarme con su hija?

-¿Tiene usted coche? -preguntó ella.

-Todavía no -dijo él-, pero probablemente tendré uno dentro de muy poco. Y también casa.

-¿Casa?

-Sí, con muchas habitaciones.

-Bueno, sí, ya me figuré que iba a decir eso -dijo ella. Se volvió a su hija-: ¿Lo quieres?

-Sí, madre, lo quiero.

-¿Por qué?

-Pues porque es bueno, y dulce, y amable.

-¿Estás segura’?

-Sí.

-Entonces es que lo quieres de verdad.

-Sí.

-¿Estás segura de que no hay ningún otro al que pudieras amar y con quien desearas casarte?

-No, madre -dijo la chica.

-Bueno, pues entonces -dijo la madre al joven- está visto que no puedo hacer nada. Pregúnteselo usted otra vez.

El metro se paró.

-Queridísima mía -dijo él-, ¿quieres casarte conmigo?

-Sí -dijo ella.

Todos los del vagón sonrieron y se pusieron a aplaudir.

-¿No es cierto que la vida es maravillosa? -preguntó el joven a la madre.

-Maravillosa -dijo la madre.

El revisor se bajó de entre los vagones al arrancar de nuevo el tren y, poniéndose bien la corbata oscura, se acercó a ellos con un solemne libro negro en la mano.

sábado, 12 de agosto de 2017

Poesía: Jaime Sabines


Te quiero a las diez de la mañana, y a las once, y a las doce del día. Te quiero con toda mi alma y con todo mi cuerpo, a veces, en las tardes de lluvia. Pero a las dos de la tarde, o a las tres, cuando me pongo a pensar en nosotros dos, y tú piensas en la comida o en el trabajo diario, o en las diversiones que no tienes, me pongo a odiarte sordamente, con la mitad del odio que guardo para mí.

Luego vuelvo a quererte, cuando nos acostamos y siento que estás hecha para mí, que de algún modo me lo dicen tu rodilla y tu vientre, que mis manos me convencen de ello, y que no hay otro lugar en donde yo me venga, a donde yo vaya, mejor que tu cuerpo. Tú vienes toda entera a mi encuentro, y los dos desaparecemos un instante, nos metemos en la boca de Dios, hasta que yo te digo que tengo hambre o sueño.

Todos los días te quiero y te odio irremediablemente. Y hay días también, hay horas, en que no te conozco, en que me eres ajena como la mujer de otro. Me preocupan los hombres, me preocupo yo, me distraen mis penas. Es probable que no piense en ti durante mucho tiempo. Ya ves. ¿Quién podría quererte menos que yo, amor mío?

 

jueves, 10 de agosto de 2017

Frases: Ray Bradbury

Pensamos: no soy un tonto hoy. He aprendido mi lección. Fui un tonto ayer, pero no esta mañana. Entonces mañana descubrimos que, si, éramos un tonto hoy también. Creo que la única forma en que podemos crecer y progresar en este mundo es aceptando el hecho de que no somos perfectos y viviendo de manera acorde a esta verdad.

     

miércoles, 9 de agosto de 2017

Frases: Albert Einstein

La imaginación es más importante que el conocimiento. Ya que el conocimiento es limitado mientras que la imaginación abarca al mundo entero, estimulando el progreso, dando origen a la evolución.

domingo, 6 de agosto de 2017

Frases: Bernard Shaw

El hombre razonable se adapta al mundo; el hombre no razonable persiste en intentar adaptar el mundo a si mismo. Por tanto, todo progreso depende del hombre no razonable.

    

viernes, 4 de agosto de 2017

Frases: Carlos Ruiz Zafón

Cada libro, cada volumen que ves aquí, tiene un alma. El alma de la persona que lo escribió y de aquellos que lo leyeron, vivieron y soñaron con él. Cada vez que un libro cambia de manos, cada vez que alguien baja sus ojos a las páginas, su espíritu crece y se fortalece.

       (Carlos Ruiz Zafón en “La sombra del viento”)

jueves, 3 de agosto de 2017

Frases: André Makine

- ¿ Recuerdas que, en otoño vimos una bandada de aves migratorias ?
  -   Si, pasaron volando por encima del patio y desaparecieron
-   Eso es, pero siguen volando, en algún sitio, por países lejanos, sólo que nosotros, con nuestra vista demasiado débil, no podemos verlas. Lo mismo sucede con los que mueren…

        André Makine en  “El testamento francés "

miércoles, 2 de agosto de 2017

Frases: Alexandre Dumas

No hay felicidad o infelicidad en este mundo; solo hay comparación de un estado con otro. Solo un hombre que ha sentido la máxima desesperación es capaz de sentir la máxima felicidad. Es necesario haber deseado morir para saber lo bueno que es vivir.

    (Alexandre Dumas en “El Conde de Montecristo”)

martes, 1 de agosto de 2017

Cuento indio: Soy tú


  Era un discípulo honesto. Moraba en su corazón el afán de perfeccionamiento. Un anochecer, cuando las chicharras quebraban el silencio de la tarde, acudió a la modesta casita de un yogui y llamó a la puerta.

  --¿Quién es? -preguntó el yogui.

  --Soy yo, respetado maestro. He venido para que me proporciones instrucción espiritual.

  --No estás lo suficientemente maduro -replicó el yogui sin abrir la puerta-. Retírate un año a una cueva y medita. Medita sin descanso.

Luego, regresa y te daré instrucción.   Al principio, el discípulo se desanimó, pero era un verdadero buscador, de esos que no ceden en su empeño y rastrean la verdad aun a riesgo de su vida. Así que obedeció al yogui.

Buscó una cueva en la falda de la montaña y durante un año se sumió en meditación profunda. Aprendió a estar consigo mismo; se ejercitó en el Ser.

  Sobrevinieron las lluvias del monzón. Por ellas supo el discípulo que había transcurrido un año desde que llegara a la cueva. Abandonó la misma y se puso en marcha hacia la casita del maestro. Llamó a la puerta.

  --¿Quién es? -preguntó el yogui.

  --Soy tú -repuso el discípulo.

  --Si es así -dijo el yogui-, entra. No había lugar en esta casa para dos yoes.