domingo, 18 de diciembre de 2011

Noha





Los taburetes de los últimos bares de la madrugada eran demasiado altos para él, trás aquellas copas que nunca debió tomar, así que encaminó sus pasos, no siempre en línea recta, hacia ningún lugar, buscando que el destino lo llevara lejos, de todo y de todos.
Mientras caminaba, junto a los escaparates navideños de la ciudad, se vió reflejado en uno de ellos y no pudo menos que sonreir tristemente recordando quién era años atrás, cuando todavía el hombre que habitaba en su cuerpo luchaba por sobrevivir en una realidad cambiante. ¡ Qué lejos esa imagen que se le venía a la memoria de la actual !  Ahora, ni siquiera sabía si podía articular palabra sin errar, pues el silencio había invadido cada instante de su vida.
El idioma no era indispensable en la calle, donde la soledad le había acostumbrado a callar, a seguir un ritual de gestos y mímica que le permitían seguir en su buscado silencio; para qué molestarse en hablar sin nadie te escucha  - pensaba para sí mismo – porque pensar era su pasatiempo preferido y el que le permitía realizar todos esos sueños escondidos en su interior, el que hacía posible que, aunque sea por momentos, pudiera encauzar su vida, cambiarla a su antojo. Era tan fácil hilvanar uno mismo su propia existencia como si de una película se tratara, pero hasta los pensamientos tienen un final y siempre había que volver al mundo real que le cobijaba, aquel  en el que vivía para suerte suya, aunque ya lo dudara,y para desgracia de los demás como siempre había supuesto.
Había tenido un nombre en su momento pero no lo recordaba aunque aquellas pocas personas que le conocían: la vieja ramera del bar que frecuentaba cuando los institos aparecían, el cocinero del albergue donde, en ocasiones, le daban algo de comida y aquellos vagabundos con los que se cruzaba en las noches oscuras; esa gente le llamaban Noha, en un bautizo pagano con las primeras sílabas de dos palabras que le dedicaban cuando lo veían: “No habla”
De todas maneras, era un nombre ficticio que solo servía de referencia a quienes así lo llamaban, pues el nunca contestó a ese ni a ningún otro. Siempre hizo caso omiso a los demás , por lo menos, desde aquel recuerdo que le taladraba la mente en las frias horas de la madrugada. Ni siquiera cuando el raciocinio que le quedaba se afanaba en hacerle comprender la lógica de una huida al infinito – había mil maneras de saltar en marcha de este tren vital – hacía caso a tales sugerencias; es más, se aferraba con más fuerza a la agonía lenta de la vida como si sintiera en su interior que debía pagar por un error pasado.
Sólo el mar y el cielo podían vanagloriarse de ser sus interlocutores porque en su inmensidad no necesitaban de las palabras para expresar sentiemientos y emociones, porque podía conectar con ellos en su corazón silente sin que nadie turbara la paz de esa comunicación, salvo el rumor de las olas o la lluvia empapando su cuerpo.
El contínuo embate, duro y sin complicaciones, del devenir diario terminó por ahogar el pequeño grito de esperanza que parecía surgir de aquel corazón solitario, fue como un caminar hacia un triste final conocido de antemano. Prefirió morir poco a poco, dejando retazos de su alma en cada lugar, en cada esquina, en cada día arrancado al destino.
Nadie lo vió partir hacia la arena. Nadie lo vió llorar junto al agua, mezclando sus lágrimas con la mar salada que le acariciaba. Nadie pudo ver la foto amarillenta que escondía en su mano cerrada. Nadie sintió el dolor de su pecho al recordar. Nadie lo vió morir, ni siquiera él se dio cuenta.
Paradojas del destino. El, que vivió en el más absoluto anonimato, salía en la prensa al día siguiente con una foto reclamando su conocimiento. Nadie llamó, nadie lo conocía, nadie lo recuerda y, sin embargo,alguien le llora, empapando el periódico con lágrimas resecas dedicándole, a su pesar, un último pensamiento.
Noha ya no existe. Hace tiempo que no existía…nadie lo conocía ya. Sólo ella porque, aunque en un tiempo lejano, ella le amó.
                       


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