martes, 7 de abril de 2015

Síndromes

 

Acaba la semana santa con el síndrome no tan santo del lío mental de unir el final de unos días de asueto donde el sol se mezcla con el uso de la tarjeta con los preludios primaverales de Hacienda a la vuelta de la esquina….y hablando de síndromes veía el pasado fin de de semana la película “el síndrome de Jerusalén” que trata de tal enfermedad donde el que está viviendo o de turista en la ciudad bíblica exterioriza de forma delirante una psicosis que le hace identificarse con alguno de los personajes de la Biblia.
Son muchas las enfermedades psíquicas en forma de síndromes que existen pero algunas destacan por su originalidad como los síndromes de Stendhal ( o de Florencia) y de París. El primero de ellos producido por el estrés que conlleva la reacción ante la belleza artística concentrada en un mismo lugar como es el caso de la ciudad florentina. Sin embargo, en el síndrome de París es casi lo contrario pues resulta del desfase entre la realidad que se encuentra el viajero y las expectativas previas motivadas en gran parte por el cine y que curiosamente se da frecuentemente en el turista nipón.
Aunque, quizás por la cercanía de una nueva cita electoral, el que más me llama la atención es el síndrome Hubris que, si bien no tiene una constancia médica como los anteriores según he leído, si que ha sido documentado por un antiguo ministro británico, David Owen, en 2008 y cuya característica básica sería el exceso de confianza en sí mismo no llegando a reconocer los errores propios y aislándose en la cobertura de su propio poder con el único acompañamiento de gente mediocre que no haga peligrar su estatus de superioridad.
         He estado en Florencia y en París y no he sentido ni de cerca los rigores de estas dolencias a pesar de las excelencias artísticas de Florencia que haga que los ojos permanezcan alerta ante su belleza casi infinita o que Paris encierra un romanticismo que quizás los japoneses no entiendan porque la gran pantalla les ha vendido más de lo que habían comprado. En el caso del síndrome del político sería ilógico que no me vinieran a la mente una hilera de nombres en el binomio espacio – tiempo.
         Sólo otro síndrome podría explicar los resultados electorales que a veces no comprendemos, especialmente cuando recibimos de esa clase política recortes, impuestos y desilusiones: el síndrome de Estocolmo.


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