viernes, 18 de enero de 2019

Reflexión de viernes


         A mitad del primer mes de este año 2019 ya se adivina el porvenir de los meses siguientes y más cuándo las elecciones, al menos algunas, asoman en el horizonte. La sociedad en general y la clase política en particular han convertido los radicalismos en lo cotidiano.

        No hay grises, sólo antónimos: derecha-izquierda, hombre-mujer, bien-mal, constitucionalista-independentista, progre-facha y así podríamos seguir hasta aburrirnos porque también el lenguaje se ha radicalizado con los opuestos enfrentados como herramienta al servicio de las ideas además de pervertirlo para darle nuevos significados a palabras que anteriormente pasaban más desapercibidas.

       No se escapan los medios de comunicación a esta revolución de la democracia y haciendo honor a ese papel honorífico del cuarto poder no escatima esfuerzos en manipular en función de los intereses económicos e ideológicos de sus propietarios porque eso de la información neutral no se lo cree nadie a estas alturas donde el beneficio económico y el marketing de las ideas impera en las ondas, los hertzios y el papel de imprenta.

       El debate y el diálogo en política - como en la vida misma- es no sólo necesario sino obligatorio como característica intrínseca de una democracia plena pero dejando la teoría a un lado hemos de reconocer que en la práctica este enaltecimiento de los radicalismos no hace posible cualquier mínima confrontación de ideas y nos encontramos con una sucesión de voces y altas como definición de tertulias televisivas o radiofónicas cada vez más empobrecidas y devaluadas y un hemiciclo parlamentario, cuna del debate por excelencia, donde el sentido de estado, la responsabilidad con los ciudadanos y el voto representativo quedan aparcados a los pies de los leones para dejar paso al circo romano donde la espada y el escudo se han mutado en la palabra brusca, el insulto y la falta de respeto institucional.

        No todos son iguales, a los partidos me refiero; ni todos los políticos tampoco, pero el problema es que nadie está libre de culpa si bien unos y otros difieren en cuanto al contenido de sus huchas de errores. Son estos hombres y mujeres dedicados a la política y su oficio de servir al pueblo los que con sus acciones y omisiones han logrado la desafección de una mayoría ciudadana que no tiene voto definido en el tiempo o bien simplemente prefiere ver la urna por la tele en las noticias.

      Los grandes temas del Estado tienen un papel importante en el voto autonómico y municipal, si bien en el marco estatal las macrocifras, la macroeconomía y los temas europeos esconden aquellos temas cotidianos de los habitantes de los pueblos de España cuyos horizontes y pensamientos son más cercanos y no siempre son respondidos con eficacia y eficiencia por los dirigentes municipales.

      Cuesta ser optimista en esta legislatura de desencuentros. Cuesta aceptar la afrenta a la democracia. Cuesta aceptar que esto sea la política. Gobierno y Oposición deberían estar en el rincón de pensar y quizás habría que poner el carnet por puntos para los que se sientan en los sillones de la responsabilidad.



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