martes, 11 de marzo de 2014

Rojo, siempre rojo

 
Bastó una sola mirada…unos ojos encendían mi alma y traspasaban la frontera de mi corazón para quedarse para siempre. Fueron suficientes dos segundos para tener una vida. A esa primera mirada le siguieron otras como si el conocimiento fuera mutuo desde siempre. En estos días recuerdo el ayer en ese momento, “en un pueblo con mar” – como diría Sabina-.
Sólo pude rendirme ante tus pupilas, abrir mi corazón y dejar que fluyeran sentimientos encontrados por mis venas porque como decía Bécquer “el alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada”. He aquí que estamos, todavía sobre las brasas que siguen ardiendo en tonos rojizos, soñando el futuro, viviendo el presente. Es como si toda una vida sólo fuera el prólogo para vivir ese momento en que se inició esta historia.
Una leyenda japonesa cuenta que entre dos personas que están elegidas por el destino a tener entre ellas un lazo afectivo existe un hilo rojo que viene con ellas desde su nacimiento. Dicho hilo existe independientemente del momento de sus vidas en que estén destinadas a conocerse y en ningún caso puede romperse, esté más o menos tenso, porque es una muestra del vínculo de por vida que existe entre ellas.
Ese hilo existe…lo puedo tocar cuando se estira por causa de la distancia que nos une a ratos y lo puedo sentir enredado en nuestros cuerpos en nudos invisibles. Rojo…porque no podía ser de otro color.
El rojo es pasión, es el color de los recuerdos, la sangría de las vivencias complejas, unos ojos encendidos, el calor de dos cuerpos…rojo…siempre rojo…como ese hilo inalterable que nos une a los dos, ahora y por siempre.
Hago mío el poema de Neruda titulado “Tu mirada”:
Tu mirada es semejante al sol
Cuando tus ojos brillan al alba,
Es similar al amor
Que me haces sentir cuando me abrazas.
Tu mirada es como el universo
Que me ilumina en noches calladas;
Cuando extraño a tu boca en un beso
Que me lleva hacia tu morada.
Tu mirada es la razón de mis días
Cuando despierto y me embriagas,
De todo el amor que me tienes
Y que sin pensarlo me regalas.
Tu mirada es el motivo que siempre
Me hace sonreir cuando me extrañas,
Me habla de todo lo que sientes:
Aunque luego se calla.
 
Todavía se puede escuchar en Japón, con algunas variantes, esta leyenda popular del hilo rojo y ésta es una de ellas:
Hace mucho tiempo, un emperador se enteró de que  en una de las provincias de su reino vivía una bruja muy poderosa, que tenía la capacidad de poder ver el hilo rojo del destino y la mandó traer ante su presencia. Cuando la bruja llegó, el emperador le ordenó que buscara el otro extremo del hilo que llevaba atado al meñique y lo llevara ante la que sería su esposa. La bruja accedió a esta petición y comenzó a seguir el hilo.
 Esta búsqueda los llevó hasta un mercado, en donde una pobre campesina con un bebé en los brazos ofrecía sus productos. Al llegar hasta donde estaba esta campesina, se detuvo frente a ella y la invitó a ponerse de pie. Hizo que el joven emperador se acercara y le dijo: “Aquí termina tu hilo”, pero al escuchar esto el emperador enfureció, creyendo que era una burla de la bruja, empujó a la campesina que aún llevaba a su pequeña bebé en brazos y la hizo caer, haciendo que la bebé se hiciera una gran herida en la frente, ordenó a sus guardias que detuvieran a la bruja y le cortaron la cabeza.
Muchos años después, llegó el momento en que este emperador debía casarse y su corte le recomendó que lo mejor fuera que desposara a la hija de un general muy poderoso. Aceptó y llegó el día de la boda. Y en el momento de ver por primera vez la cara de su esposa, la cual entró al templo con un hermoso vestido y un velo que la cubría totalmente…Al levantárselo, vio que ese hermoso rostro tenía una cicatriz muy peculiar en la frente.
 
 

 

 



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